CIENCIA Y FILOSOFÍA


 Fr. Nietzsche (Selección)
Nuestra creencia en la ciencia es religiosa.
«En cuanto también nosotros somos aún piadosos. --Dícese con fundada razón que las convicciones no rezan en la ciencia; sólo si se avienen a condescender a la modestia de una hipótesis, de una fórmula heurística, de una ficción regulativa, cabe darle acceso al reino del conocimiento y hasta reconocerles cierto valor dentro del mismo; claro que colocándolas siempre bajo vigilancia policial, bajo la vigilancia alerta  del recelo. Pero ¿no significa esto, en definitiva, que sólo si la convicción deja de ser convicción cabe darle acceso a la ciencia? ¿No comienza la disciplina del espíritu científico por repudiar las convicciones? 
Así es, probablemente; sólo que se plantea el interrogante de si para que esta disciplina pueda comenzar no debe existir con anterioridad una convicción, una tan imperiosa e incondicional que se sacrifica a sí misma todas las demás convicciones. Como se ve, también la ciencia descansa en fe; una ciencia "exenta de supuestos" no existe. La pregunta de si es menester la verdad no sólo debe estar contestada afirmativamente, sino contestada así en un grado que exprese el axioma, la creencia, la
convicción de que "nada es tan necesario como la verdad y en comparación con ella todo lo demás tiene tan sólo un valor secundario". Esta voluntad incondicional de verdad, ¿qué es? ¿Es la voluntad de no dejarse engañar? ¿Es la voluntad de no engañar? Pues cabe interpretarla también en este último sentido, siempre que en la generalización; "no quiero engañar" o, se incluya el caso particular "no quiero engañarme a mí mismo". Pero ¿por qué no engañar? ¿Por qué no dejarse engañar?  Nótese bien que las razones para no dejarse engañar caen en un dominio muy otro que las razones para no dejarse engañar; no se quiere dejarse engañar suponiendo que esto es perjudicial, peligroso y fatal; en este sentido, la ciencia sería una sostenida cordura, una cautela, una utilidad, a la cual pudiera objetarse, empero; ¿cómo?¿El no querer dejarse engañar realmente es menos perjudicial, peligroso y fatal que el ser engañado? ¿Qué sabéis a priori del carácter de la existencia como para poder decidir cuál es más ventajosa, si la desconfianza incondicional o la confianza incondicional? Y en el caso de que fuera menestetanto la una como la otra, mucha confianza y mucha desconfianza, ¿de dónde va a derivar la ciencia la creencia absoluta, la convicción, en que descansa, la convicción de que la verdad es más importante que cualquier otra cosa, cualquier otra convicción inclusive? Precisamente esta convicción no puede desarrollarse si la verdad y la no-verdad revelan en todo momento su utilidad, corno ocurre en efecto. De modo que la fe en la ciencia, que es un hecho incontrovertible, no puede reconocer como origen tal cálculo utilitario, sino que debe haberse originado a despecho de serle demostrada constantemente la inutilidad y peligrosidad de la "voluntad de verdad", de la "verdad a toda costa". 
¡Oh, qué bien comprendemos esto una vez que hayamos sacrificado fe tras
 fe sobre este altar! De modo que la "voluntad de verdad" no significa; 
"no quiero ser engañado", sino queda otra alternativa; "no quiero engañar, 
ni aun a mí mismo"; y henos aquí en el terreno de la moral.
Ahóndese en la pregunta; "¿por qué no quieres engañar?", sobre todo si parece -¡como parece en efecto!- que la vida tiende a la apariencia, es decir, al error, al engaño, la simulación, la ofuscación, la autoofuscación, y cuando la forma grande de la vida siempre se ha manifestado del lado de los más inescrupulosos. 
Tal propósito es acaso, para decir poco, un quijotismo, una especie de extraño sentimental; mas pudiera ser también algo más grave: un principio antivital, destructor... La "voluntad de verdad" pudiera ser una larvada voluntad de muerte.
 De esta suerte, el interrogante: ¿por qué la ciencia?, se resuelve en el problema moral: ¿por qué la moral, ya que la vida, la Naturaleza y la historia
son "inmorales"? No cabe duda que el veraz, en este sentido audaz y último, 
que presupone la fe en la ciencia, afirma un mundo que no es el de la vida, 
de la Naturaleza y la historia; y en tanto que afirma este "otro mundo", 
¿cómo?, ¿no niega por fuerza su antítesis, este mundo, nuestro mundo?... 
Se habrá comprendido lo que me propongo decir: que nuestra fe en la ciencia
descansa, en definitiva, en una fe metafísica; que también los cognoscentes de ahora,  los impíos y antimetafísicos, tomamos nuestra llama del fuego que ha encendido una fe milenaria, ese credo cristiano, que fue también el credo de Platón, según el cual Dios es la verdad y la verdad es divina... Pero
¿y si precisamente este credo se desacredita cada vez más; si ya nada resulta divino como no sea el error, la ceguera y la mentira;  si Dios mismo se revela nuestra más inveterada mentira?». 

(FRIEDRICH NIETZSCHE, «La Gaya ciencia», n.º 344,
en Obras completas, Ediciones Prestigio, Buenos Aires, Tomo III, pp. 228-230.)

 Fr. Nietzsche: Magnitud de la «muerte de Dios» y sus consecuencias

«¿No habéis oído hablar de aquel hombre loco que en pleno día encendió una
linterna, fue corriendo a la plaza y gritó sin cesar: "¡Ando buscando a Dios! ¡Ando buscando a Dios!" Como en aquellos momentos había en la plaza muchos de los que no creían en Dios, provocó gran regocijo.  "¿Es que se ha perdido?", dijo uno de los circunstantes. "¿Es que se ha extraviado como cualquier criatura?", exclamó otro. "¿Se habrá ocultado?" "¿Es que nos tiene miedo?" "¿Se ha embarcado?" "¿Ha emigrado, acaso?", así gritaron todos, riendo a carcajadas. 
El hombre loco se precipitó por entre ellos y los fulminó con la mirada.
"¿Preguntáis qué ha sido de Dios?" gritó. "¡Os lo voy a decir. ¡Lo hemos muerto, vosotros y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos! ¿Cómo fue esto?  ¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar todo el horizonte?  ¿Qué hicimos al desatar esta Tierra de su Sol?
 ¿Hacia dónde se desplaza ella ahora?¿Adónde vamos? ¿Nos vamos alejando de todos los soles?  ¿No estamos cayendo continuamente? ¿Hacia atrás, hacia uncostado, hacia adelante, hacia todos lados? ¿Existe todavía un arriba y abajo? ¿No estamos vagando como a través de una nada
infinita? ¿No nos roza el soplo del vacío? ¿No hace ahora más frío que antes? ¿No cae constantemente la noche, y cada vez más noche? 
¿No es preciso, ahora, encender linternas en pleno día?  ¿No oímos aún nada del ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No percibimos aún el hedor de la podredumbre divina? ¡Que también los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! 
¿Cómo podemos consolarnos los asesinos de los asesinos?
 Lo más santo y poderoso que ha habido en el mundo seha desangrado bajo nuestro cuchillo, ¿quién nos limpia de esta sangre? 
¿Hay agua que pueda borrar esta mancha?
 ¿Qué fiestas propiciatorias, qué juegos sagrados tendremos que inventar?
 La grandeza de este acto, ¿no es demasiado grande para nosotros? 
¿No hemos de convertirnos en dioses para aparecer dignos de él?
 ¡Jamás ha habido acto más grande, y toda posterioridad, por obra de este acto, pertenece a una historia más grande que toda historia hasta ahora habida?"».
 (FR. NIETZSCHE,«La gaya ciencia», cit., Tomo III, n.º 125,pp. 139-40.)

 Fr. Nietzsche: 

¡Dios ha muerto; viva el superhombre!«La primera vez que fui a juntarme a los hombres cometí la estupidez propia de los que han vivido en soledad, la gran estupidez de hablar en una plaza pública. 

Y hablando a todos no hablé a nadie. A la noche, mis compañeros fueron
volatineros y cadáveres; y poco faltó para que yo mismo fuera cadáver.
Mas al despuntar el nuevo día se me reveló una gran verdad; entonces aprendí a decir: "¡Qué me importan la plaza y la plebe y el bullicio de la plebe y las orejas largas de la plebe!".
Hombres superiores, aprended de mí esta lección: en la plaza nadie cree en
hombres superiores. Y si os empeñáis en hablar allí, daos el gusto; pero la plebe dice, guiñando un ojo:  "Todos somos iguales.""Hombres superiores", dice la plebe, guiñando un ojo, "no hay hombres superiores; todos somos iguales, hombre es hombre;¡ante Dios todos somos iguales!"
¡Ante Dios! --¡Pero este Dios ha muerto! Hombres superiores, este Dios fue
vuestro mayor peligro.


Al bajar él a la tumba, vosotros habéis resucitado. ¡Sólo ahora llegará el Gran
Mediodía! ¡Sólo ahora el hombre superior llegará a ser --amo!
¿Habéis entendido esta palabra, hermanos, en su cabal significado?
 ¿Sois presas de sobresalto? ¿Da vértigo a vuestro corazón?  ¿Se abre ante vosotros un abismo?¡Ea! ¡Arriba, superiores! ¡Sólo ahora está de parto la montaña del porvenir humano. 

Dios ha muerto; viva el superhombre--ésta es nuestra voluntad"».
 (FR. NIETZSCHE, Así habló Zaratustra, cit., Tomo
III, pp. 600-601.)

 Fr. Nietzsche: La humanidad futura


«La "humanidad" futura. Considerando a la época actual con los ojos de otra
venidera, no se descubre en el hombre de hoy nada más extraño que su peculiar virtud y enfermedad denominara "el sentido histórico". Se trata del brote de algo totalmente nuevo y desconocido en la historia; si se concediesen a este germen algunos siglos, o más tiempo, quién sabe si no se desarrollaría de él una planta maravillosa, con una fragancia no menos
maravillosa, por la cual la vida en esta tierra seria más agradable que hasta ahora. Los hombres presentes nos aprestamos a forjar la cadena de un futuro sentimiento muy poderoso, eslabón por eslabón, sin darnos apenas cuenta de lo que estamos haciendo. Casi nos parece que no se tratara de un
sentimiento nuevo, sino de la merma de todos los sentimientos antiguos: es el sentido histórico, por lo pronto, una cosa muy pobre y fría, y a muchos vuelve aún más pobres y fríos. Otros lo consideran como un síntoma que anuncia la vejez, y nuestro planeta se le antoja un melancólico enfermo que para olvidarse de su presente hace la reseña de su juventud. En efecto, ésta es una de las facetas de ese sentimiento nuevo. Quien sabe sentir la historia de los hombres todos como historia propia experimenta en una tremenda generalización toda la aflicción del enfermo que piensa en la salud, del amante al que es arrebatada la amada, del mártir que presencia la ruina de su ideal y del héroe al final de la batalla que no ha traído la decisión,
pero no obstante le ha infligido heridas y ocasionado la pérdida del amigo. Mas soportar, ser capaz de soportar, esa suma tremenda de aflicción de toda índole y ser el héroe que al despuntar la segunda jornada de lucha saluda la aurora y su aventura, como hombre con un horizonte de milenios por delante y tras sí, como heredero, heredero obligado, de toda nobleza y distinción de todo espíritu pasado, como consumación de todos los nobles antiguos a la vez que primicia de una nobleza nueva no vista ni Soñada por época alguna: cargar su alma con todo esto, con lo más antiguo y lo más nuevo, con las pérdidas, esperanzas, conquistas y victorias de la humanidad; poseer todo esto, al fin, en una única alma y compendiarlo en un único sentimiento, ¡cómo no habría de determinar esto una felicidad jamás conocida del hombre!, ¡una felicidad divina hecha de poder y amor, de risas y lágrimas; una felicidad que, como el sol poniente, derrocha sin cesar su inagotable riqueza volcándola en el mar y, como él, más rica se siente cuando aun el más humilde pescador parece remar con remo de oro! ¡Este sentimiento divino se llamaría entonces humanidad!». (FR. NIETZSCHE, «La gaya ciencia», n.º
337, Tomo III, cit., pp. 2l8-2l9.)