LA CAZA DE HACKERS

 

Capítulo III. Ley y Orden

 

 

De las varias actividades antihacker de 1.990, la “Operación diablo del sol” fue la que recibió la mayor difusión pública. Las arrasadoras incautaciones de ordenadores en todo el territorio nacional no tenían precedente de tal envergadura, y fueron - aunque selectivamente- muy divulgadas.

 

Al contrario de los operativos efectuados por el Grupo de Tareas Contra el Fraude y el Abuso Informático de Chicago, la “Operación Diablo del sol” no se propuso combatir la actividad de los hackers en cuanto a intrusiones informáticas o incursiones sofisticadas contra los conmutadores. Tampoco tenía algo que ver con las fechorías cometidas con el software de AT&T ni con documentos de propiedad de Southern Bell.

 

Más bien, la “Operación Diablo del sol” fue un castigo severo al azote del bajo mundo digital: el robo de tarjetas de crédito y el abuso de códigos telefónicos. Las ambiciosas actividades en Chicago y las menos conocidas pero vigorosas acciones antihacker de la Policía Estatal de Nueva York en 1.990 no fueron nunca parte de la “Operación Diablo del sol” como tal, que tenía su base en Arizona.

 

Sin embargo, después de las espectaculares operaciones del 8 de mayo, el público, engañado por el secreto policial, el pánico de los hackers y la perplejidad de la prensa nacional, configuró todos los aspectos del acoso policial en el territorio nacional entero, bajo el nombre universal de “Operación Diablo del sol”. “Diablo del sol” todavía es el sinónimo más conocido para el hacker crackdown de 1.990. Pero los organizadores de “Diablo del sol” de Arizona no se merecían esa reputación, como tampoco todos los hackers se merecen la reputación de “hacker”.

 

Sin embargo hubo algo de justicia en esta confusa percepción del público. Por ejemplo, la confusión fue promovida por la división de Washington del Servicio Secreto, que respondió a aquellos que bajo la ley por la Libertad de Información solicitaron información, refiriéndoles a los casos públicamente conocidos de Knight Lightning y los Tres de Atlanta. Y además, “Diablo del sol” fue sin duda el aspecto más amplio de la operación de castigo, el más deliberado y el mejor organizado. En su función de castigo al fraude electrónico, “Diablo del sol” careció del ritmo frenético de la guerra contra la Legion of Doom; los objetivos de “Diablo del sol” fueron elegidos con fría deliberación a lo largo de una compleja investigación que duró 2 años completos.

 

Y una vez más los objetivos fueron los sistemas de BBS, que pueden ser de mucha utilidad en el fraude organizado. En los BBS clandestinos circulan “discusiones” extensas, detalladas y a veces bastante flagrantes de técnicas y actividades ilegales. La “discusión” sobre crímenes en abstracto o sobre los detalles de casos criminales no es ilegal, pero existen severas leyes federales y estatales contra la conspiración para delinquir a sangre fría por grupos.

 

A los ojos de la policía la gente que conspira abiertamente para cometer fechorías no se consideran ni “clubes” ni “salones de debate”; ni “grupos de usuarios” ni “amigos de la libertad de expresión”. Los fiscales tienden más bien a acusar a esa gente de formar “pandillas”, “organizaciones corruptas”; o tal vez de ser “chantajistas” o “personajes del crimen organizado”.

 

Además, la información ilícita que aparece en los BBS fuera de la ley va mucho más allá de configurar simples actos de expresión y/o posible conspiración criminal. Como hemos visto, era normal en el bajo mundo digital facilitar a través de los BBS códigos telefónicos hurtados para que cualquier phreak o hacker abusara de ellos. ¿Hay que suponer que el hecho de facilitar un botín digital de esta laya caiga bajo la protección de la Primera Enmienda? Difícil, aunque esta cuestión, como muchas otras del ciberespacio, no está enteramente resuelta. Algunos teóricos arguyen que la simple recitación de un número en público no es ilegal—sólo su uso es ilegal. Pero la policía antihacker señala que revistas y periódicos (formas más tradicionales de la libre expresión) nunca publican códigos telefónicos robados (aunque hacerlo pudiera muy bien aumentar su circulación).

 

Los números robados de tarjetas de crédito, más arriesgados y más valiosos, se ponían con menos frecuencia en los BBS pero no hay duda de que algunos BBS clandestinos ponían en circulación números de tarjetas, generalmente intercambiados por correo privado.

 

Los BBS clandestinos también contenían útiles programas para explorar velozmente códigos telefónicos y para incursionar en las compañías emisoras de tarjetas de crédito, además de la de por sí molesta galaxia de software pirateado, claves violadas, esquemas para cajas azules, manuales de invasión electrónica, archivos anarquistas, pornográficos, etc.

 

Pero además del molesto potencial para extender el conocimiento ilícito, los BBS tienen otro aspecto vitalmente interesante para el investigador profesional. Están repletos de evidencia. Todo ese ajetreado intercambio de correo electrónico, todas esas fanfarronadas, jactancias y despliegues de vanidad del hacker, aun todos los códigos y tarjetas robados, pueden muy bien convertirse en esmerada evidencia electrónica de actividad criminal recogida en tiempo real. El investigador que incauta un BBS pirata ha dado un golpe tan efectivo como intervenir teléfonos o interceptar correo, sin haber, sin embargo, intervenido ningún teléfono o interceptado ninguna carta. Las reglas sobre la obtención de evidencia a través del pinchazo telefónico o la interceptación de cartas son antiguas, estrictas y bien conocidas tanto por la policía, como por los fiscales y la defensa. Las reglas sobre los BBS son nuevas, confusas y no las conoce nadie.

 

Diablo del sol fue el acoso a los BBS más grande de la historia mundial. El 7,8 y 9 de mayo de 1.990 se incautaron alrededor de cuarenta y dos sistemas informáticos. De esos cuarenta y dos ordenadores unos veinticinco contenían un BBS. (La vaguedad de esta estimación se debe a la vaguedad de (a) lo que es un “sistema informático” y (b) lo que significa “contener un BBS “ en uno, dos o tres ordenadores. )

 

Cerca de 25 BBS se esfumaron al caer bajo custodia policíaca en mayo de 1.990. Como hemos visto, en EE.UU. hay aproximadamente 30.000 BBS hoy. Si suponemos que uno de cada cien tiene malas intenciones respecto a códigos y tarjetas (porcentaje que halaga la honradez de la comunidad de usuarios de BBS), eso significaría que quedaron 2.975 BBS que el operativo Diablo del sol no tocó. Diablo del sol confiscó aproximadamente la décima parte del uno por ciento de todos los BBS de EE.UU. Visto objetivamente, este ataque no es muy comprensible. En 1.990 los organizadores de Diablo del sol—el equipo del Servicio Secreto en Phoenix, y el despacho del Fiscal General del Estado de Arizona—tenían una lista de por lo menos 300 BBS que consideraban merecedores de órdenes de registro e incautación. Los veinticinco BBS que fueron realmente incautados figuraban entre los más obvios y notorios de esta lista de candidatos mucho más grande. Todos ellos habían sido examinados con anterioridad, ya sea por soplones, que habían pasado impresiones en papel al Servicio Secreto, o por los mismos agentes del Servicio Secreto, que no sólo estaban equipados con módem sino que sabían usarlo.

 

Diablo del sol tuvo varias motivaciones. En primer lugar, ofreció una oportunidad de cortarle el paso al crimen de tipo fraude electrónico. Rastrear los fraudes de tarjeta de crédito hasta llegar a los culpables puede ser espantosamente difícil. Si los culpables tienen un mínimo de sofisticación electrónica pueden enredar sus pistas en la red telefónica dejando sólo una maraña imposible de rastrear, pero arreglándoselas para “estirar la mano y robarle a alguien”. Los BBS, sin embargo, llenos de códigos, tarjetas, fanfarronadas e hipérboles, ofrecen evidencia en un formato cuajado muy conveniente.

 

La incautación misma--el solo acto físico de retirar las máquinas--tiende a descargar la presión. Durante el operativo, un gran número de muchachos adictos a los códigos, vendedores de software pirateado y ladrones de tarjetas de crédito se encontrarían despojados de sus BBS—su medio de establecer su comunidad y de conspirar—de un solo golpe. En cuanto a los operadores de los BBS mismos (que con frecuencia eran los criminales más arriesgados), quedarían despojados de su equipo y digitalmente enmudecidos y ciegos.

 

Y este aspecto de Diablo del sol se llevó a cabo con gran éxito. Diablo del sol parece haber sido una sorpresa táctica completa —lo contrario de las confiscaciones fragmentadas y continuadas en la guerra contra la Legion of Doom, Diablo del sol fue ejecutada en el momento perfecto y fue totalmente arrolladora. Por lo menos cuarenta "ordenadores" fueron confiscados durante el 7, 8 y 9 de mayo de 1.990, en Cincinnati, Detroit, Los Angeles, Miami, Newark, Phoenix, Tucson, Richmond, San Diego, San José, Pittsburgh y San Francisco. En algunas ciudades hubo incursiones múltiples, como las cinco incursiones separadas en los alrededores de Nueva York. En Plano, Texas (básicamente un barrio de las afueras del complejo formado por las dos ciudades Dallas/Fort Worth, y eje de la industria de telecomunicaciones) hubo cuatro confiscaciones.

 

Chicago, siempre en la delantera, tuvo su propia confiscación, llevada a cabo por Timothy Foley y Barbara Golden, agentes del Servicio Secreto.

 Muchas de estas acciones no tuvieron lugar en las ciudades mismas sino en los barrios residenciales de la clase media blanca de las afueras; lugares como Mount Lebanon en Pennsylvania y Clark Lake en Michigan. Unas cuantas se efectuaron en oficinas, pero la mayoría se hicieron en viviendas privadas, en los clásicos sótanos y dormitorios de los hackers.

 

Las acciones de Diablo del sol fueron registros e incautaciones, no una serie de detenciones masivas. Sólo hubo cuatro detenciones durante Diablo del sol. "Tony, el Basurero," un adolescente considerado bestia negra de mucho tiempo atrás por la unidad de Fraudes de Arizona, fue detenido en Tucson el 9 de mayo. “Dr. Ripco," administrador de sistema de un BBS ilegal que desgraciadamente funcionaba en Chicago mismo, también fue arrestado —por posesión ilegal de armas. Unidades a nivel local también detuvieron a una phreak de diecinueve años llamada Electra en Pennsylvania, y a otro joven en California. Los agentes federales, sin embargo, no buscaban detenciones sino ordenadores.

 

Los hackers por lo general no son encausados (si es que algún día lo van a ser) hasta que se evalúa la evidencia en sus ordenadores incautados—un proceso que puede tardar semanas, meses, hasta años. Cuando son detenidos in situ generalmente es por otras razones. En un buen tercio de las incautaciones antihacker de ordenadores (aunque no durante Diablo del sol) aparecen drogas y/o armas ilegales.

 

Que adolescentes al filo del delito (o sus padres) tienen marihuana en la casa probablemente no es una apabullante revelación, pero sí inquieta un poco la sorprendentemente común presencia de armas de fuego ilegales en las guaridas de los hackers. Un Ordenador Personal puede ser un gran justiciero para el tecnovaquero—parecido al más tradicional "Gran Justiciero" norteamericano, es decir el Revólver Personal. Tal vez no sea tan sorprendente que un hombre obsesionado por el poder por medio de tecnología ilícita también tenga a mano unos cuantos dispositivos de impacto de gran velocidad. Hay una parte del submundo digital que adora a estos “archivoanarquistas" y esa parte vibra en armonía con el mundillo desquiciado de los aventureros, los chiflados armados, los anarcoizquierdistas y los ultraliberales de la derecha.

 

Esto no quiere decir que las acciones contra los hackers hayan puesto al descubierto alguna importante guarida de crack o algún arsenal ilegal; pero el Servicio Secreto no piensa que los hackers sean “sólo unos chicos". Los considera gente imprevisible, inteligente y escurridiza. No importa si el hacker se ha "escondido detrás del teclado" todo este tiempo. En general la policía no tiene idea de cómo se ve. Lo cual lo convierte en una cantidad desconocida, alguien a quien hay que tratar con apropiada cautela.

 

Hasta el momento ningún hacker ha salido de su casa disparando, aunque a veces se ufanen de que lo van a hacer en los BBS. Amenazas de ese tipo se toman en serio. Las incursiones del Servicio Secreto tienden a ser rápidas, bien pensadas y ejecutadas con abundante personal (hasta demasiado abundante); los agentes generalmente revientan todas las puertas de la casa simultáneamente, a veces pistola en mano. Toda posible resistencia es rápidamente suprimida. Las incursiones contra hackers usualmente tienen lugar en viviendas familiares. Puede ser muy peligroso invadir un hogar estadounidense; la gente puede reaccionar por pánico al ver su santuario invadido por extraños. Estadísticamente hablando, lo más peligroso que un policía puede hacer es entrar a una casa. (Lo segundo más peligroso es parar un coche en tránsito.) La gente tiene armas de fuego en sus hogares. Más policías resultan heridos en hogares familiares que en tabernas de motociclistas o en salones de masaje.

 

Pero en todo caso, nadie resultó herido durante el operativo Diablo del sol ni en realidad durante todo el Hacker crackdown. Tampoco hubo alegaciones de maltratos físicos a sospechosos. Se desenfundaron pistolas, los interrogatorios fueron prolongados y ásperos, pero nadie en 1.990 reclamó por actos de brutalidad por parte de algún participante en la caza.

 

Además de los alrededor de cuarenta ordenadores, Diablo del sol también cosechó disquetes en gran abundancia - se estima que unos 23.000-, que incluían toda suerte de datos ilegítimos: juegos pirateados, códigos robados, números de tarjetas robados, el texto y el software completo de BBS piratas. Estos disquetes, que siguen en poder de la policía hasta la fecha, ofrecen una fuente gigantesca, casi embarazosamente rica, de posibles procesamientos criminales. También existen en esos 23.000 disquetes una cantidad desconocida hasta ahora de juegos y programas legítimos, correo supuestamente "privado" de los BBS, archivos comerciales y correspondencia personal de todo tipo.

 

Las órdenes de registro estándar en crímenes informáticos subrayan la incautación de documentos escritos además de ordenadores—se incluyen específicamente fotocopias, impresos informáticos, cuentas de teléfono, libretas de direcciones, registros, apuntes, memoranda y correspondencia.

 

En la práctica esto ha significado que diarios, revistas de juegos, documentación de software, libros de no-ficción sobre hacking y seguridad informática, y a veces incluso novelas de ciencia ficción han desaparecido por la puerta bajo custodia policial. También se ha esfumado una gran variedad de artículos electrónicos que incluyen teléfonos, televisores, contestadores, Walkmans Sony, impresoras de mesa, discos compactos y cintas de audio.

 

No menos de 150 miembros del Servicio Secreto entraron en acción durante Diablo del sol. Se vieron normalmente acompañados de brigadas de policía estatal y/o local. La mayoría de ellos —especialmente de los locales—nunca habían participado en un operativo antihacker. (Por esa buena razón misma se los había invitado a participar.) Además, la presencia de policías uniformados asegura a las víctimas de un operativo que la gente que invade sus hogares son policías de verdad. Los agentes del Servicio Secreto van casi siempre de paisano. Lo mismo vale para los expertos en seguridad de telecomunicaciones que generalmente acompañan al Servicio Secreto en estos operativos (y que no hacen ningún esfuerzo por identificarse como simples empleados de la compañía telefónica).

 

Un operativo antihacker típico se hace más o menos así. Primero, la policía entra al asalto con gran rapidez, por todas las entradas, con avasallante fuerza, en la hipótesis de que con esta táctica se reducen las bajas a un mínimo. Segundo, los posibles sospechosos son alejados de todos los sistemas informáticos, para que no puedan limpiar o destruir evidencia informática. Se lleva a los sospechosos a una habitación despojada de ordenadores, generalmente el salón, y se los mantiene bajo guardia—no bajo guardia armada porque las armas han vuelto a las pistoleras rápidamente, pero sí bajo guardia. Se les presenta la orden de registro y se les previene de que cualquier cosa que digan podrá ser usada contra ellos. Lo normal es que tengan mucho que decir, especialmente si son padres sorprendidos.

 

En algún lugar de la casa está el "punto caliente”—un ordenador conectado a una línea telefónica (tal vez varios ordenadores y varias líneas). Por lo general, es el dormitorio de un adolescente, pero puede ser cualquier lugar de la casa; puede haber varios lugares. Este "punto caliente" se pone a cargo de un equipo de dos agentes, el "buscador" y el "registrador". El "buscador" tiene una formación en informática y es normalmente el agente que lleva el caso y que consiguió la orden judicial de registro. El o ella sabe qué es lo que se busca y es la persona que de verdad realiza las incautaciones: desenchufa las máquinas, abre cajones, escritorios, ficheros, disqueteras, etc. El "registrador" hace fotos del equipo tal como está—en especial la maraña de cables conectados atrás, que de otra manera puede ser una pesadilla reconstruir. Habitualmente el registrador también fotografía todas las habitaciones de la casa, para evitar que algún criminal astuto denuncie que la policía le ha robado durante el registro. Algunos registradores llevan videocámaras o grabadores; sin embargo, es mucho más corriente que el registrador tome apuntes. Describe y numera los objetos conforme el descubridor los incauta, generalmente en formularios estándar de inventario policial.

 

Los agentes del Servicio Secreto no eran, y no son, expertos en informática. No han pasado, y no pasan, juicios rápidos sobre la posible amenaza constituida por las diferentes partes del equipo informático; pueden dejarle a papá su ordenador, por ejemplo, pero no están obligados a hacerlo. Las órdenes normales de registro usadas para crímenes informáticos, que datan de principios de los ochenta, usan un lenguaje dramático cuyo objetivo son los ordenadores, casi cualquier cosa conectada a ellos, casi cualquier cosa utilizada para operarlos—casi cualquier cosa que remotamente parezca un ordenador—más casi cualquier documento que aparezca en la vecindad del ordenador. Los investigadores de delitos informáticos urgen a los agentes a confiscarlo todo.

 

En este sentido, el operativo Diablo del sol parece haber sido un éxito completo. Los BBS se apagaron por todos los EE.UU. y fueron enviados masivamente al laboratorio de investigación informática del Servicio Secreto, en la ciudad de Washington DC, junto con los 23.000 disquetes y una cantidad desconocida de material impreso.

 

Pero la incautación de 25 BBS y las montañas digitales de posible evidencia útil contenidas en esos BBS (y en los otros ordenadores de sus dueños, que igualmente desaparecieron por la puerta), estaban muy lejos de ser los únicos motivos del operativo Diablo del sol. Como acción sin precedentes, de gran ambición y enorme alcance, el operativo Diablo del sol tenía motivos que sólo pueden llamarse políticos. Fue un esfuerzo de relaciones públicas diseñado para enviar ciertos mensajes y para aclarar ciertas situaciones: tanto en la mente del público general como en la mente de miembros de ciertas áreas de la comunidad electrónica.

 

En primer lugar se quiso—y esta motivación era vital—enviar un "mensaje" de los organismos de policía al submundo digital. Este mensaje lo articuló explícitamente Garry M. Jenkins, Subdirector del Servicio Secreto de EE.UU. en la conferencia de prensa sobre Diablo del sol en Phoenix el 9 de mayo de 1.990, inmediatamente tras las incursiones.

 

En breve, los hackers se equivocaban en su tonta creencia de que se podían ocultar detrás del "relativo anonimato de sus terminales informáticos." Al contrario, deberían comprender totalmente que los policías federales y estatales patrullaban enérgicamente el ciberespacio—que vigilaban todas partes, incluso esos antros sórdidos y sigilosos del vicio cibernético, los BBS del submundo digital.

 

Este mensaje de la policía a los delincuentes no es inusual. El mensaje es común, sólo el contexto es nuevo. En este contexto, los operativos de Diablo del sol fueron el equivalente digital al acoso normal que las brigadas contra el vicio lanzan contra los salones de masaje, las librerías porno, los puntos de venta de parafernalia asociada con drogas, y los juegos flotantes de dados. Puede no haber ninguna o muy pocas detenciones en ese tipo de acciones, ni condenas, ni juicios, ni interrogatorios. En casos de este tipo la policía puede muy bien salir por la puerta con varios kilos de revistas asquerosas, cassettes de videos porno, juguetes sexuales, equipo de juego, bolsitas de marihuana...

 

Por supuesto que si algo verdaderamente horrible se descubre, hay detenciones y procesamientos. Mucho más probable, sin embargo, es que simplemente haya una breve pero áspera interrupción del mundo secreto y cerrado de los nosirvenparanadas. Habrá "acoso callejero." "La poli." "Disuasión." Y por supuesto, la pérdida inmediata de los bienes confiscados. Es muy improbable que algún material incautado sea devuelto. Ya sean acusados o no, condenados o no, los delincuentes carecen del ánimo para pedir que se les devuelvan sus cosas.

 

Detenciones y juicios —es decir encarcelar a la gente— ponen en juego toda suerte de formalidades legales; pero ocuparse del sistema de justicia está muy lejos de ser la única tarea de la policía. La policía no solamente mete en la cárcel a la gente. No es así como la policía ve su trabajo. La policía "protege y sirve". Los policías son los “guardianes de la paz y del orden público". Como otras formas de relaciones públicas, guardar el orden público no es una ciencia exacta. Guardar el orden público es algo así como un arte.

 

Si un grupo de matones adolescentes con aspecto de violentos rondara alguna esquina, a nadie le sorprendería ver llegar a un policía a ordenarles que se "separen y circulen." Al contrario, la sorpresa vendría si uno de estos fracasados se acercara a una cabina de teléfonos, llamara a un abogado de derechos civiles y estableciera una demanda judicial en defensa de sus derechos constitucionales de libre expresión y libre asamblea. Sin embargo algo muy parecido fue uno de los anormales resultados del Hacker crackdown.

 

Diablo del sol también difundió "mensajes" útiles a otros grupos constituyentes de la comunidad electrónica. Estos mensajes pueden no haberse dicho en voz alta desde el podio de Phoenix frente a la prensa pero su significado quedó clarísimo. Había un mensaje de reasegurar a las víctimas primarias del robo de códigos telefónicos y de números de tarjetas de crédito: las compañías de telecomunicación y las de crédito.

 

Diablo del sol fue recibida con júbilo por los encargados de seguridad de la comunidad de negocios electrónicos. Después de años de sufrir acoso altamente tecnológico y pérdidas de ingresos en continuo aumento, vieron que el brazo de la ley se tomaba en serio sus quejas sobre la delincuencia desbocada. La policía ya no se limitaba a rascarse la cabeza y a encogerse de hombros; ya no había débiles excusas de "falta de policías competentes en informática" o de la baja prioridad de los delitos de cuello blanco, "sin víctimas," en telecomunicaciones.

 

Los expertos en delitos informáticos siempre han creído que las infracciones informáticas son sistemáticamente subdenunciadas. Esto les parece un escándalo de grandes proporciones en su campo. Algunas víctimas no se presentan porque creen que la policía y los fiscales no saben de informática y no pueden ni van a hacer nada. A otros les abochorna su vulnerabilidad y se esfuerzan mucho por evitar toda publicidad; esto es especialmente verdad para los bancos, que temen la pérdida de confianza de los inversores si aparece un caso de fraude o de desfalco. Y algunas víctimas están tan perplejas por su propia alta tecnología que ni siquiera se dan cuenta de que ha ocurrido un delito—aunque hayan sido esquilmados.

 

Los resultados de esta situación pueden ser calamitosos. Los criminales evaden captura y castigo. Las unidades de delitos informáticos que sí existen no encuentran empleo. El verdadero tamaño del crimen informático: su dimensión, su naturaleza real, el alcance de sus amenazas y los remedios legales—todo sigue confuso. Otro problema recibe poca publicidad pero causa verdadera preocupación. Donde hay crimen persistente, pero sin protección policíaca efectiva, se puede producir un clima de vigilantismo. Las compañías de telecomunicaciones, los bancos, las compañías de crédito, las grandes corporaciones que mantienen redes informáticas extensas y vulnerables al hacking—estas organizaciones son poderosas, ricas y tienen mucha influencia política. No sienten ninguna inclinación a dejarse intimidar por maleantes (en realidad por casi nadie). Con frecuencia mantienen fuerzas de seguridad privadas muy bien organizadas, dirigidas normalmente por ex militares o ex policías de mucha experiencia, que han abandonado el servicio público a favor del pastito más verde del sector privado. Para la policía, el director de seguridad de una corporación puede ser un aliado muy poderoso; pero si ese caballero no encuentra aliados en la policía, y se siente suficientemente presionado por su consejo directivo, puede silenciosamente tomar la justicia en sus propias manos.

 

Tampoco falta personal contratable en el negocio de la seguridad corporativa. Las agencias de seguridad privada--el "negocio de la seguridad" en general--creció explosivamente en los ochenta. Hoy hay ejércitos enteros con botas de goma de "consultores de seguridad," "alquile un poli," "detectives privados," "expertos externos"— y toda variedad de oscuro operador que vende "resultados" y discreción. Desde luego, muchos de esos caballeros y damas pueden ser modelos de rectitud moral y profesional. Pero, como cualquiera que haya leído una novela realista de detectives sabe, la policía por lo general abriga poco cariño por esa competencia del sector privado.

 

Se ha sabido de compañías que buscando seguridad informática han dado empleo a hackers. La policía se estremece ante ese escenario.

 

La policía cuida mucho sus buenas relaciones con la comunidad de negocios. Pocas veces se ve a un policía tan indiscreto como para declarar públicamente que un fuerte empleador de su estado o ciudad haya sucumbido a la paranoia y se haya descarrilado. Sin embargo la policía —y la policía informática en particular—reconoce esa posibilidad. Ellos pasan hasta la mitad de sus horas de trabajo haciendo relaciones públicas: organizan seminarios, sesiones de demostración y exhibición, a veces con grupos de padres o de usuarios, pero generalmente con su público objetivo: las probables víctimas de delitos de hacking. Y estos son, por supuesto, compañías de telecomunicaciones, de tarjetas de crédito y grandes corporaciones informatizadas. La policía los apremia a que, como buenos ciudadanos, denuncien las infracciones y presenten acusaciones formales; pasan el mensaje de que hay alguien con autoridad que entiende y que, sobre todo, tomará medidas si ocurriera un delito informático. Pero las palabras de una charla tranquilizadora se las lleva el viento. Diablo del sol fue una acción concreta.

 

El mensaje final de Diablo del sol estaba destinado al consumo interno de las fuerzas policiales. Se ofreció a Diablo del sol como prueba de que la comunidad de la policía de delitos informáticos había madurado. Diablo del sol fue prueba de que algo tan enorme como Diablo del sol mismo hubiera podido organizarse. Diablo del sol fue prueba de que el Servicio Secreto y sus aliados de las fuerzas policiales locales podían actuar como una maquina bien aceitada—(a pesar del estorbo que significaban esos teléfonos cifrados). También fue prueba de que la Unidad de Arizona contra el Crimen Organizado y el Chantaje —la chispa de Diablo del sol—se clasificaba entre las mejores del mundo en ambición, organización y en mera osadía conceptual.

 

Y, como estimulo final, Diablo del sol fue un mensaje del Servicio Secreto (USSS) a sus rivales de siempre en el FBI. Por decreto del Congreso los dos, el USSS y el FBI, comparten formalmente la jurisdicción sobre operativos federales contra los delitos informáticos. Ninguno de esos grupos ha quedado nunca ni remotamente satisfecho con esa indecisa situación. Parece sugerir que el Congreso no puede decidirse sobre cual de esos grupos está más capacitado. Y no hay ningún agente del FBI o del USSS que no tenga una opinión firme sobre el tema.

 

Para el neófito, uno de los aspectos más enigmáticos del hacker crackdown es que el servicio secreto de los Estados Unidos tiene que ver con este tema.

 

El servicio Secreto es mejor conocido por su principal papel público: sus agentes protegen al presidente de los Estados Unidos. También protegen a la familia del presidente, al vicepresidente y a su familia, a presidentes anteriores y a los candidatos presidenciales. Algunas veces protegen dignatarios extranjeros que visitan los Estados Unidos, especialmente jefes de estado extranjeros, y se ha sabido que acompañan oficiales norteamericanos en misiones diplomáticas en el extranjero.

 

Los agentes especiales del Servicio Secreto no usan uniforme, sin embargo, el Servicio Secreto también tiene dos agencias policiacas que usan uniforme. Una es la antigua policía de la Casa Blanca (ahora conocida como División Uniformada del Servicio Secreto, desde que empezaron a proteger embajadas extranjeras en Washington, así como la misma Casa Blanca). La otra uniformada es la Fuerza Policíaca de la Tesorería.

 

El congreso le ha dado al Servicio Secreto un número de deberes poco conocidos. Ellos protegen los metales preciosos en las bóvedas de la tesorería. Protegen los documentos históricos más valiosos de los Estados Unidos: originales de la Constitución, la Declaración de la independencia, el segundo discurso de apertura de Lincoln, una copia norteamericana de la Carta Magna etc... Un día les fue asignado proteger a la Mona Lisa en su viaje por EE.UU. en los años 60.

 

El Servicio Secreto entero es una división del departamento de tesorería. Los agentes especiales del Servicio Secreto (hay aproximadamente 1,900 de ellos) son guardaespaldas del Presidente y de otros, pero todos ellos trabajan para la tesorería. Y la tesorería (a través de sus divisiones de la Moneda y la Oficina de Grabado e Impresión) imprime el dinero del país.

 

Como policía de la Tesorería, el Servicio Secreto protege el dinero del país; es la única agencia federal que tiene jurisdicción directa sobre la falsificación. Analiza la autenticidad de documentos, y su lucha contra la falsificación de dinero está muy vigente (especialmente desde que los hábiles falsificadores de Medellín, Colombia han entrado en acción.) Cheques del gobierno, bonos y otras obligaciones, que existen en un sinnúmero de millones y que valen un sinnúmero de billones, son blancos comunes para la falsificación que el Servicio Secreto también combate.

 

Se encarga hasta de la falsificación de sellos postales. Pero ahora se está desvaneciendo la importancia del dinero en efectivo porque el dinero se ha vuelto electrónico. Como la necesidad lo requería, el Servicio Secreto cambió la lucha contra la falsificación de billetes y la fragua de cheques por la protección de fondos transferidos por cable.

 

Del fraude de cable, fue un pequeño paso a lo que es formalmente conocido como "fraude mediante un dispositivo de acceso" mencionado en el artículo 18 del código de los Estados Unidos (código de las EE.UU. Sección 1029). El termino "dispositivo de acceso" parece intuitivamente sencillo. Es algún tipo de dispositivo de alta tecnología con el que se puede conseguir dinero. Es lógico poner este tipo de cosa en manos de los expertos del combate de la falsificación y del fraude electrónico.

 

Sin embargo, en la sección 1029, el término "dispositivo de acceso" está muy generosamente definido.

 

Un dispositivo de acceso es: “cualquier tarjeta, lamina, código, número de cuenta, u otros medios de acceso a cuentas que puedan ser usados solo o en conjunto con otro dispositivo de acceso para obtener dinero, bienes, servicios, o cualquier otra cosa de valor, o que pueda ser usado para iniciar una transferencia de fondos.” Por lo tanto "dispositivo de acceso" puede ser interpretado para incluir las mismas tarjetas de crédito (un objeto de falsificación popular en estos días ). También incluye los números de cuenta de las tarjetas de crédito, esos clásicos del mundo digital clandestino. Lo mismo vale para las tarjetas telefónicas (un objeto cada vez más popular en las compañías de teléfono que están cansadas de ser robadas de sus monedas por ladrones de cabinas de teléfono). Y también códigos de acceso telefónico, estos otros clásicos del mundo clandestino digital. (puede que los códigos de teléfono robados no "den dinero", pero sí dan “servicios” de valor, lo que está prohibido por la sección 1029).

 

Ahora podemos ver que la sección 1029 pone al Servicio Secreto en contra del mundo clandestino digital sin ninguna mención de la palabra "computadora". Clásicos aparatos del phreaking, como las "cajas azules", usadas para robar servicio telefónico de los interruptores mecánicos antiguos, son sin duda "dispositivos de acceso falsificados”. Gracias a la sección 1029, no solo es ilegal usar los dispositivos de acceso falsificados, sino también es ilegal construirlos. "Producir, diseñar, duplicar, o construir" cajas azules son todos crímenes federales hoy, y si usted lo hace, el congreso le ha encargado al Servicio Secreto perseguirlo.

Los cajeros automáticos que se reprodujeron por toda Norteamérica durante los años 80, son definitivamente también "dispositivos de acceso", y un intento de falsificar un código PIN o una tarjeta de plástico cae directamente bajo la sección 1029. La sección 1029 es notablemente elástica. Supongamos que usted encuentra una contraseña de computadora en la basura de alguien. Esa contraseña puede ser un "código" en todo caso es "un medio de acceso a una cuenta". Ahora suponga que usted accede a una computadora y copia unos programas para usted mismo. Usted claramente ha obtenido un "servicio" (servicio de computadora) y una "cosa de valor" (el software). Supongamos que usted le habla a una docena de amigos acerca de su contraseña robada, y les permite que la usen, también. Ahora usted está "traficando medios de acceso no autorizado". Y Cuando el Profeta, un miembro de la Legion of Doom, le pasó un documento robado de la compañía de teléfono a Knight Lightning en la revista Phrack, los dos fueron acusados bajo la sección 1029.

 

Hay dos limitaciones en la sección 1029. Primero, el delito debe "afectar el comercio interestatal o internacional" para convertirse en un caso de jurisdicción federal. El término "afectar el comercio" no está bien definido; pero usted puede tomar como un hecho que el Servicio Secreto puede interesarse si usted ha hecho cualquier cosa que cruce una línea de estado. La policía local y la estatal pueden ser quisquillosas en sus jurisdicciones y puede algunas veces ser testaruda cuando aparecen los federales.

 

Pero cuando se trata de delitos informáticos, los policías locales le son patéticamente agradecidos a la ayuda federal, de hecho se quejan diciendo que precisan más. Si usted está robando servicio de larga distancia, está casi seguro cruzando líneas de estado y definitivamente está "afectado el comercio interestatal" de las compañías telefónicas. Y si abusa de tarjetas de crédito comprando artículos de brillantes catálogos de, digamos Vermont, usted sonó.

 

La segunda limitación es el dinero. Como regla, los federales no persiguen ladrones de moneditas. Los jueces federales eliminarán los casos que parecen hacerles perder su tiempo. Los crímenes federales deben ser importantes, la sección 1029 especifica una perdida mínima de mil dólares.

 

Ahora continuamos con la sección siguiente del artículo 18, que es la sección 1030, "fraude y actividades relacionadas con referencia a las computadoras." Está sección le da al Servicio Secreto directa jurisdicción sobre los actos de invasión a computadoras. Aparentemente, el Servicio Secreto parecería tener el mando en el tema. Sin embargo la sección 1030 no es para nada tan dúctil como la sección 1030(d), que dice:

 "(d) El Servicio Secreto de los Estados Unidos tendrá además de cualquier otra agencia que tenga dicha autoridad, la autoridad de investigar delitos bajo esta sección. Dicha autoridad del Servicio Secreto de los Estados Unidos será ejercido de acuerdo con un arreglo que será establecido por el secretario de la Tesorería y el Fiscal General". (cursivas del autor)

 

El Secretario de la Tesorería es el titular a cargo del Servicio Secreto, mientras que el Fiscal General está encargado del FBI. En la Sección (d), el Congreso se lavó las manos en la batalla entre el Servicio Secreto y el FBI por la lucha contra el crimen informático, y los dejó luchar entre ellos mismos. El resultado fue bastante calamitoso para el Servicio Secreto, ya que el FBI terminó con una jurisdicción exclusiva sobre las invasiones por computadoras que tienen que ver con la seguridad nacional, espionaje extranjero, bancos federalmente asegurados, y bases militares estadounidenses, manteniendo jurisdicción compartida sobre otros tipos de invasiones informáticas.

 

Esencialmente, según la Sección 1030, al FBI no solo le compiten los casos mediáticos, sino también puede seguir metiendo la nariz en los casos del Servicio Secreto cuando le dé la gana. El segundo problema tiene que ver con el peligroso término "computadora de interés federal".

 

La Sección 1030 (a)(2) establece que es ilegal "acceder a una computadora sin autorización", si esta computadora pertenece a una institución financiera o a una emisora de tarjetas de crédito (casos de fraude, en otras palabras). El Congreso no tenía problema en darle al Servicio Secreto la jurisdicción sobre las computadoras que transfieren dinero, pero no quiso permitirle que investigara cualquier tipo de intrusiones. El USSS tuvo que contentarse con las maquinas para retirar dinero y las "computadoras de interés federal". Una "computadora de interés federal", es una computadora que el gobierno posee, o está usando. Grandes redes interestatales de computadoras, unidas por líneas que atraviesan estados, también son consideradas de "interés federal". (El concepto de "interés federal" es legalmente muy vago y nunca ha sido claramente definido en las cortes. El Servicio Secreto nunca ha sido llamado a la orden por investigar intrusiones de computadoras que no fueran de "interés federal", pero es probable que eso un día pase.)

 

Así que la autoridad de servicio Secreto sobre "el acceso no autorizado" a computadoras cubre un gran terreno, pero de ningún modo toda la cancha ciberespacial. Si usted es, por ejemplo, un minorista local de computadoras o dueño de un BBS local, entonces un intruso local malicioso puede forzar la entrada, tirar su sistema abajo, poner basura en sus archivos, esparcir virus y el Servicio Secreto de los E.U. no puede hacer nada al respecto. Por lo menos no puede hacer nada directamente. Pero el Servicio Secreto hará muchísimo para ayudar a las personas locales que sí pueden hacer algo.

 

Quizás el FBI ganó una batalla en cuanto a Sección 1030, pero no ganó la guerra todavía. Lo que piensa el Congreso es una cosa, la situación en la calle es otra. Además no sería la primera vez que el Congreso cambia de opinión. La verdadera lucha se libra afuera en las calles donde todo está sucediendo. Si usted es un policía de la calle con un problema informático, el Servicio Secreto quiere que usted sepa donde puede encontrar al verdadero especialista. Mientras que la muchedumbre del FBI está afuera haciéndose limpiar sus zapatos favoritos- SCHOENEN(de ala punta) y haciendo burla de los zapatos favoritos del Servicio Secreto ("pansy-ass-tassels").El Servicio Secreto tiene un equipo de rastreadores de hackers competentes listo en la capital de cada estado de los EE.UU. ¿Necesita un consejo? Ellos le darán consejo, o por lo menos lo pondrán en la dirección correcta. ¿Necesita capacitación? Ellos pueden organizarla también.

 

Si usted es un policía local y llama al FBI, el FBI (como es amplia y abiertamente rumorado) le hará dar más vueltas que un camarero, le robará el crédito por todos sus arrestos y eliminará cualquier huella de gloria que le podía haber quedado.

 

Por otro lado en Servicio Secreto no se jacta mucho. Ellos son del tipo silencioso. Muy silencioso. Muy tranquilos. Eficientes. Alta tecnología. Lentes de sol oscuros, miradas fijas, radio escondida en la oreja, un revólver UZI automático escondido en algún lugar de su chaqueta de moda. Son los Samurai norteamericanos que juraron dar sus vidas para proteger a nuestro presidente.

 

"Los agentes duros de matar". Capacitados en artes marciales, completamente temerarios. Cada uno de ellos tiene la aprobación para acceder a secretos de estado. Si algo anda un poco mal, usted no va a oír ninguna queja, ningún gemido, ningún intento de excusa política de estos tipos. La fachada del agente de granito no es, por supuesto, la realidad. Los agentes del Servicio Secreto son seres humanos y la verdadera gloria en el trabajo del Servicio no es luchar contra el crimen de computadoras –todavía no, por lo menos- pero en proteger al Presidente. La gloria del trabajo en el Servicio Secreto está en la guardia de la Casa Blanca. Estar al lado del Presidente, que la esposa y los hijos lo vean en la televisión; rozar los hombros de la gente más poderosa del mundo. Esa es la verdadera misión del Servicio, la prioridad número uno.

 

Más de una investigación informática murió cuando los agentes del Servicio se esfumaron por la necesidad del presidente.

 

Hay romance en el trabajo del Servicio. El acceso íntimo a los círculos de gran poder, el espíritu de los cuerpos muy capacitados y de una disciplina especial, la gran responsabilidad de defender al gerente general; el cumplimiento de un deber patriota. Y cuando toca trabajo policíaco, la paga no es mala. Pero hay miseria en el trabajo del Servicio, también. Puede que le escupan unos manifestantes gritando abuso –y si se ponen violentos, si llegan demasiado cerca, a veces usted tiene que golpear a uno de ellos, discretamente.

 

Pero la verdadera miseria en el trabajo del Servicio es la monotonía de por ejemplo "las trimestralidades", salir a la calle cuatro veces al año, año tras año, entrevistar a varios miserables patéticos, muchos de ellos en prisiones y asilos, que han sido identificados como amenaza para el Presidente. Y después está el estrés matador de buscar entre aquellas caras de las interminables y bulliciosas multitudes, buscar odio, buscar psicosis, buscar el hermético y nervioso rostro de un Arthur Bremer, un Squeaky Fromme, un Lee Harvey Oswald. Es observar todas esas manos, moviéndose, saludando para detectar algún movimiento repentino, mientras que tus oídos esperan, tensos, escuchar en el auricular el grito tantas veces ensayado de "¡arma!". Es estudiar, con mucho detalle, las biografías de cada estúpido perdedor que alguna vez ha disparado a un Presidente. Es el nunca comentado trabajo de la Sección de Investigación de Protección, que estudia a velocidad de caracol, las amenazas de muerte anónimas, mediante todas las herramientas meticulosas de las técnicas antifalsificadoras. Y es mantener actualizados los enormes archivos computarizados de cualquiera que haya amenazado la vida del Presidente.

 

Los defensores de los derechos civiles se han vuelto cada vez más preocupados por el uso de archivos informáticos por parte del gobierno para seguir la pista de ciudadanos norteamericanos, pero los archivos del Servicio Secreto de potenciales asesinos presidenciales, que tiene arriba de veinte mil nombres, raramente causa algún tipo de protesta. Si usted alguna vez en su vida dice que tiene intenciones de matar al Presidente, el Servicio Secreto querrá saber y anotar quién es usted, dónde esta, qué es y qué planes tiene. Si usted es una amenaza seria (si usted es oficialmente considerado de "interés protectivo") entonces el Servicio Secreto es capaz de escuchar su teléfono el resto su vida.

 

Proteger al presidente siempre tiene prioridad en los recursos del Servicio. Pero hay mucho más en las tradiciones e historia del Servicio que montar guardia afuera del despacho del presidente. El servicio Secreto es la más antigua agencia totalmente federal de policía. Comparado con el Servicio Secreto, los del FBI son nuevos y los de la CIA son suplentes. El Servicio Secreto fue fundado allá en 1865 por la sugerencia de Hugh McCulloch, el secretario de tesorería de Abraham Lincoln. McCulloch quería una policía de Tesorería especial para combatir la falsificación.

 

Abram Lincoln lo aprobó y dijo que le parecía una buena idea, y con terrible ironía, Abraham Lincoln fue asesinado esa misma noche por John Wilkes Booth.

 

Originalmente el Servicio Secreto no tenia nada que ver con la protección de los presidentes. Ellos no tomaron esa tarea como una de sus obligaciones hasta después del asesinato de Garfield en 1881. Y el Congreso no le destinó un presupuesto hasta el asesinato del presidente McKingley en 1901. Originalmente el Servicio Secreto fue creado con un objetivo: destruir a los falsificadores.

 

Hay paralelos interesantes entre el primer contacto del Servicio con la falsificación del siglo XIX y el primer contacto de los EE.UU. con el Crimen Informático en el siglo XX.

 

En 1865, los billetes norteamericanos eran un desastre. La Seguridad era horriblemente mala. Los billetes eran impresos en el lugar mismo por los bancos locales en literalmente centenares de diseños diferentes. Nadie sabía cómo diablos se suponía que era un billete de dólar. Los billetes falsos circulaban fácilmente. Si algún payaso le decía que un billete de un dólar del Banco del Ferrocarril de Lowell, Massachusetts tenía una mujer inclinada sobre un escudo, con una locomotora, una cornucopia, una brújula, diversos artículos agrícolas, un puente de ferrocarril, y algunas fábricas, entonces a usted no le quedaba más remedio que tomar sus palabras por ciertas. (De hecho él contaba la verdad!)

 

Mil seiscientos bancos locales estadounidenses diseñaban e imprimían sus propios billetes, y no había normas generales de seguridad. Tal como un nodo mal protegido en una red de computadoras, los billetes mal diseñados también eran fáciles de falsificar, y significaban un riesgo de seguridad para el sistema monetario entero.

 

Nadie sabía el alcance exacto de la amenaza al dinero. Había estimaciones aterradores de que hasta un tercio del dinero nacional era falso. Los falsificadores -- conocidos como “fabricantes” (boodlers) en el argot subterráneo de la época -- eran principalmente trabajadores gráficos con gran pericia técnica quienes se habían pasado al mal. Muchos habían trabajado antes en las imprentas legítimas de dinero. Los fabricantes operaban en círculos y pandillas. Técnicos expertos grababan las chapas falsas -- usualmente en sótanos en Nueva York. Hombres refinados de confianza pasaban grandes fajos falsos de alta calidad, alta denominación, incluyendo cosas realmente sofisticadas -- bonos del gobierno, certificados de valores, y acciones del ferrocarril. Las falsificaciones mal hechas, más baratas se vendían o se “sharewareaban” a pandillas de bajo nivel o aspirantes a ser fabricantes. (Los fabricantes del más bajo nivel simplemente alteraban los billetes reales, cambiando el valor; hacían cincos de unos, un cien de un diez etc..)

 

Las técnicas de falsificación eran poco conocidas y vistas con cierto temor por el público de mediados del siglo XIX. La capacidad para manipular el sistema para la estafa parecía diabólicamente inteligente. A medida que la habilidad y osadía de los fabricantes aumentaba, la situación se volvió intolerable. El gobierno federal intervino, y comenzó a ofrecer su propia moneda federal, que se imprimía con una linda tinta verde, pero solo al dorso – los famosos "greenbacks" o espaldas verdes. Y al comienzo, la seguridad mejorada del bien diseñado, bien impreso papel moneda federal pareció resolver el problema; pero entonces los falsificadores se adelantaron otra vez. Unos pocos años después las cosas estaban peor que nunca: un sistema centralizado donde toda la seguridad era mala!

 

La policía local estaba sola. El gobierno intentó ofrecer dinero a informantes potenciales, pero tuvo poco éxito. Los bancos, plagados de falsificaciones, abandonaron la esperanza de que la policía los ayudara y decidieron contratar empresas de seguridad privadas. Los comerciantes y los banqueros hicieron cola por miles para comprar manuales impresos por iniciativa privada, sobre la seguridad del dinero, libros pequeños y delgados como el de Laban Heath Detector Infalible de Falsificaciones de documentos Gubernamentales. El dorso del libro ofrecía el microscopio patentado por Laban Heath por cinco dólares.

 

Entonces el Servicio Secreto entró en escena. Los primeros agentes eran una banda ruda. Su jefe era William P. Wood, un ex guerrillero en la Guerra Mexicana quien había ganado una reputación deteniendo contratistas fraudulentos para el Departamento de Guerra durante la guerra civil. Wood, que también era Guardián de la Prisión Capital, tenía, como experto en falsificación un trabajo extra, encerrando fabricantes por el dinero de la recompensa federal.

 

Wood fue nombrado Jefe del nuevo Servicio Secreto en Julio de 1865. El Servicio Secreto entero contaba con solo 10 agentes en total: eran Wood mismo, un puñado de personas que habían trabajado para él en el Departamento de Guerra, y un par de ex detectives privados -- expertos en falsificaciones – que Wood pudo convencer para trabajar en el servicio público. (El Servicio Secreto de 1865 fue casi del tamaño de la Fuerza contra el fraude Informático de Chicago o la Unidad contra el crimen organizado de 1990.) Estos diez "operativos" tenían unos veinte "Operativos Auxiliares" e "Informantes" adicionales. Además del sueldo y el jornal, cada empleado del Servicio Secreto percibía un premio de veinticinco dólares por cada fabricantes que capturara.

 

Wood mismo públicamente estimó que por lo menos la mitad del dinero Estadounidense era falso, una percepción quizás perdonable. En un año el Servicio Secreto había arrestado más de 200 falsificadores. Detuvieron a unos doscientos fabricantes por año, durante los primeros cuatro años.

 

Wood atribuyó su éxito a viajar rápido y ligero, golpear duro a los chicos malos, y evitar trámites burocráticos. "Yo sorprendía a los falsificadores profesionales porque mis incursiones se hacían sin acompañamiento militar y no pedía asistencia de funcionarios estatales."

 

El mensaje social de Wood a los anteriormente impunes fabricantes tenía el mismo tono que el de Diablo del Sol: " Era también mi propósito convencer a estos individuos de que ya no podían ejercer su vocación sin ser tratados con rudeza, un hecho que ellos pronto descubrieron."

 

William P. Wood, el pionero de la guerrilla del Servicio Secreto, no terminó bien. Sucumbió en el intento de ganar “la buena plata”. La famosa pandilla Brockway de la Ciudad de Nueva York, dirigida por William E. Brockway, el "Rey de Los falsificadores," había falsificado una cantidad de bonos del gobierno. Ellos habían pasado estas brillantes falsificaciones a la prestigiosa firma de Inversionistas de Jay Cooke y Compañía de Wall Street. La firma Cooke se desesperó y ofreció una gratificación enorme por las chapas falsas.

 

Trabajando diligentemente, Wood confiscó las chapas (no al Sr. Brockway) y reclamó la recompensa. Pero la compañía Cooke alevosamente dio marcha atrás. Wood se vio implicado en una baja y sucia demanda contra los capitalistas de Cooke. El jefe de Wood, El Secretario de la tesorería McCulloch, estimó que la demanda de Wood por dinero y la gloria era injustificada, y aun cuando el dinero de la recompensa finalmente llegó, McCulloch rehusó pagarle algo a Wood. Wood se encontró a sí mismo enlodado en una ronda aparentemente interminable de procesos judiciales federales e intrigas en el congreso.

 

Wood nunca consiguió su dinero. Y perdió su trabajo, renunció en 1869.

 

Los agentes de Wood también sufrieron. El 12 de mayo de 1869, el segundo Jefe del Servicio Secreto asumió la dirección, y casi inmediatamente despidió a la mayoría de los agentes de Wood, pioneros del Servicio Secreto: Operativos, Asistentes y los informantes. La práctica de recibir 25 dólares por malhechor se abolió. Y el Servicio Secreto comenzó el largo, e incierto proceso de completa profesionalización.

 

Wood terminó mal. Él debió sentirse apuñalado por la espalda. De hecho su organización entera fue destrozada.

 

Por otra parte, William P. Wood fue el primer jefe del Servicio Secreto. William Wood fue el pionero. La gente todavía honra su nombre. ¿Quién recuerda el nombre del segundo jefe del Servicio Secreto?

 

En lo que concierne a William Brockway (también conocido como "El Coronel Spencer"), él fue finalmente arrestado por el Servicio Secreto en 1880. Estuvo cinco años en prisión, salió libre, y todavía seguía falsificando a la edad de setenta cuatro.

 

Cualquiera con un mínimo interés en la Operación Diablo del sol -o en el crimen por ordenador en los Estados Unidos en general- se dio cuenta de la presencia de Gail Thackeray, asistente del Fiscal General del Estado de Arizona. Los manuales sobre crimen informático citan a menudo al grupo de Thackeray y su trabajo; Ella era el agente de rango más alta especializada en los crímenes relacionados con ordenadores. Su nombre había aparecido en los comunicados de prensa de la Operación Diablo del sol. (aunque siempre modestamente después del fiscal local de Arizona y el jefe de la oficina del Servicio Secreto de Phoenix ). Cuando empezó la discusión pública y la controversia en relación al Hacker Crackdown, esta funcionaria del Estado de Arizona empezó a tener cada vez más notoriedad pública. Aunque no decía nada específico acerca de la Operación Diablo del sol en sí, ella acuñó algunas de las citas más sorprendentes de la creciente propaganda de guerra: "Los agentes actúan de buena fe, y no creo que se pueda decir lo mismo de la comunidad de los hackers" fue una de ellas. Otra fue la memorable: "Yo no soy una fiscal rabiosa" (Houston Chronicle 2 de sept, 1990.) Mientras tanto, el Servicio Secreto mantenía su típica extrema discreción; la Unidad de Chicago, que ya había aprendido algo tras el fiasco con el escándalo de Steve Jackson, había vuelto a poner los pies en el suelo. Mientras iba ordenando la creciente pila de recortes de prensa, Gail Thackeray me ascendió a fuente de conocimiento público de operaciones policiales. Decidí que tenía que conocer a Gail Thackeray. Le escribí a la Oficina del Fiscal General. No sólo me respondió de forma muy amable, sino que, para mi gran sorpresa, sabía muy bien lo que era la ciencia ficción "Cyberpunk". Poco después, Gail Thackeray perdió su trabajo y yo cambié temporalmente mi carrera de escritor de ciencia ficción por la de periodista sobre crímenes informáticos a tiempo completo. A principios de marzo de 1991, volé hasta Phoenix, Arizona, para entrevistar a Gail Thackeray para mi libro sobre el hacker crackdown.

 

“Las tarjetas de crédito solían ser gratis”, dice Gail Thackeray, “ahora cuestan 40 dólares y eso es solamente para cubrir los costos de los estafadores.

 

Los criminales electrónicos son parásitos, uno solo no es de hacer mucho daño, no hace gran cosa, pero nunca viene uno solo, vienen en manadas, en hordas, en legiones, a veces en subculturas enteras y muerden. Cada vez que compramos una tarjeta de crédito hoy en día, perdemos un poquito de vitalidad financiera a favor de una especie particular de chupasangres. Cuáles son, en su experta opinión, las peores formas del crimen electrónico, pregunto consultando mis notas, es el fraude de tarjetas de crédito?, es robar dinero de las ATM?, la estafa telefónica?, la intrusión en computadoras?, los virus informáticos?, el robo de códigos de acceso, la alteración ilegal de archivos?, la piratería de software?, los BBS pornográficos?, la piratería de televisión vía satélite?, el robo de televisión por cable? Es una lista muy larga. Cuando llego al final me siento bastante deprimido. "Oh no”, dice Gail Thackeray, inclinándose sobre la mesa, y poniéndose rígida por indignación, "el daño más grande es el fraude telefónico. Concursos fraudulentos, acciones de caridad falsas. Las estafas con “Sala de operaciones”. Se podría pagar la deuda nacional con lo que estos tipos roban... Se aprovechan de gente mayor, logran obtener cifras demográficas, estadísticas de consumo de tarjetas de crédito y despojan a los viejos y a los débiles. Las palabras se le salen como una cascada. Son artimañas nada sofisticadas, la estafa de la sala de operaciones de antes, un fraude barato. Hace décadas que existen sinvergüenzas despojando a la gente de su dinero por teléfono. La palabra "phony", (de phone o teléfono, que significa “falso” ndt) nació así! Solo que ahora es mucho más fácil, horriblemente facilitado por los avances en la tecnología y la estructura bizantina del sistema telefónico moderno. Los mismos estafadores profesionales lo hacen una y otra vez, me dice Thackeray, escondiéndose debajo de varias densas coberturas de compañías falsas... falsas corporaciones que tienen nueve o diez niveles estratos y que están registrados por todo el país. Obtienen una instalación telefónica con un nombre falso y en una casa vacía y segura. Y luego llaman a todas partes desde ese aparato pero a través de otra línea que puede que esté en otro estado. Y ni siquiera pagan la factura de esos teléfonos; después de un mes simplemente dejan de existir. La misma banda de viejos estafadores se instala en Ciudad Cualquiera. Roban o compran informes comerciales de tarjetas de crédito, los tiran en la computadora que por medio de un programa escoge a las personas de más de 65 años que acostumbran participar de acciones caritativas. Es así como existe una completa subcultura que vive despiadadamente de estas personas sin defensa.

 

"Son los que venden bombillas eléctricas para los ciegos", dice Thackeray, con especial desdén. Es una lista interminable.

 

Estamos sentados en un restaurante en el centro de Phoenix, Arizona. Es una ciudad dura, Phoenix. Una capital de estado que está pasando tiempos difíciles. Aun para un tejano como yo, las políticas del estado de Arizona parecen bastante barrocas. Había y aun se mantiene un inacabable problema acerca del día festivo de Martin Luther King, una suerte de tonto incidente por el cual los políticos de Arizona parecen haberse vuelto famosos.

 

También tenemos a Evan Mecham, el excéntrico millonario republicano gobernador que fue destituido de su cargo por haber convertido el gobierno estatal en una sucesión de negocios oscuros. Después tuvimos el escándalo nacional del caso Keating, que involucró los ahorros y prestamos de Arizona, en el cual los dos senadores de Arizona, DeConcini y McCain, jugaron papeles tristemente importantes.

 

Y lo último es el caso extraño de AzScam, en el cual legisladores del estado fueron grabados en vídeo, aceptando con muchas ganas dinero de un informante de la policía de la ciudad de Phoenix que estaba fingiendo ser un mafioso de Las Vegas.

 

"Oh," dice animosamente Thackeray. "Esta gente de aquí son unos aficionados, pensaban ya que estaban jugando con los chicos grandes. No tienen la más mínima idea de como tomar un soborno! No se trata de corrupción institucional. No es como en Filadelfia."

 

Gail Thackeray anteriormente era fiscal en Filadelfia. Ahora ella es ex asistente del fiscal general del estado de Arizona. Desde que se mudó a Arizona en 1986, había trabajado bajo el amparo de Steve Twist, su jefe en la oficina del fiscal general. Steve Twist escribió las leyes pioneras de Arizona respecto al crimen informático y naturalmente tuvo mucho interés en verlas aplicadas. Estaba en el lugar apropiado y la unidad contra el crimen organizado y bandolerismo de Thackeray ganó una reputación nacional por su ambición y capacidad técnica... hasta las últimas elecciones en Arizona. El jefe de Thackeray se postuló para el cargo más alto y perdió. El ganador, el nuevo fiscal general, aparentemente realizó algunos esfuerzos para eliminar los rastros burocráticos de su rival, incluyendo su grupito favorito - el grupo de Thackeray. Doce personas terminaron en la calle.

 

Ahora el laboratorio de computación que tanto trabajo le costo montar a Thackeray, está en alguna parte llenándose de polvo en el cuartel general de concreto y vidrio del fiscal general en la calle Washington, número 1275. Sus libros sobre el crimen de informático y sus revistas de hackers y phreaks minuciosamente recopiladas, todas compradas por su propia cuenta - están en alguna parte apiladas en cajas. El estado de Arizona simplemente no está particularmente interesado por el bandolerismo electrónico por el momento.

 

Al momento de nuestra entrevista, oficialmente desempleada, está trabajando en la oficina del Sheriff del condado, viviendo de sus ahorros y continua trabajando en varios casos - trabajando al ritmo de 60 horas por semana como antes-, sin paga alguna. "Estoy tratando de capacitar a la gente", murmura.

 

La mitad de su vida parece haber utilizado dando formación a la gente, simplemente señalando a los incrédulos e inocentes (como yo) que esto está realmente pasando allá afuera. Es un mundo pequeño el crimen informático. Un mundo joven. Gail Thackeray es una rubia en buena forma, nacida en los 60 y pico, que le gusta navegar un poco por los rápidos del Gran Cañón en su tiempo libre. Es de los más veteranos “cazahackers”. Su mentor fue Donn Parker, el teórico de California que inicio todo a mediados de los 70, y que es a su vez el "abuelo de la especialidad", "el gran águila calvo del crimen informático".

 

Y lo que ella aprendió, es lo que está enseñando. Sin cesar. Sin cansarse. A cualquiera. A agentes del servicio secreto y de la policía estatal, en el centro federal de entrenamiento de Glynco, en Georgia. A la policía local, en "giras de demostraciones" con su proyector de diapositivas y su computadora portátil. A personal de seguridad de empresas. A periodistas. A padres.

 

Hasta los delincuentes la buscan por consejos. Los hackers de teléfonos la llaman a su oficina. Saben muy bien quien es ella y tratan de sacarle información sobre lo que esta haciendo la policía y que tanto saben ahora. Algunas veces cantidades de phreakers en conferencia la llaman, la ridiculizan. Y como siempre, alardean. Los verdaderos phreakers, los que tienen años en el oficio, simplemente no se pueden callar, hablan y charlan durante horas.

 

Si se les deja hablar, la mayoría de ellos hablan de los detalles de las estafas telefónicas; esto es tan interesante como escuchar a los que hacen carreras de autos en la calle, hablar de suspensiones y distribuidores. También chismean cruelmente acerca de uno y de otro. Y cuando hablan a Gail Thackeray, se incriminan ellos mismos. "Tengo grabaciones" dice Thackeray.

 

Los phreakers hablan como locos. "Tono de Marcar" en Alabama se pasa media hora simplemente leyendo códigos telefónicos robados en voz alta en contestadores. Cientos, miles de números, recitados monótonamente, sin parar - vaya fenómeno. Cuando se les arresta, es raro el phreaker que no habla, sin parar, de todos los que conoce.

 

Los hackers no son mejores. ¿Qué otro grupo de criminales, pregunta ella retóricamente, publican boletines y llevan a cabo convenciones? Está profundamente molesta por este comportamiento descarado, si bien uno que esta fuera de esta actividad, se podría cuestionar si realmente los hackers deben o no ser considerados "criminales" después de todo. Los patinadores tienen revistas, y violan propiedades a montones. Las gentes que son aficionados a los autos también tienen revistas y violan los limites de velocidad y a veces hasta matan personas....

 

Le pregunto a ella si fuera realmente una perdida para la sociedad si los hackers y los phreakers simplemente dejaran su afición y terminaran poco a poco secándose y desapareciendo de modo que a nadie más le interese hacerlo otra vez. Y ella parece sorprendida. "No," dice rápidamente ,quizás un poquito... en los viejos tiempos... las cosas del MIT, pero hoy en día hay mucho material legal maravilloso y cosas maravillosas que se pueden hacer con las computadoras y no hay necesidad de invadir la computadora de otro para aprender. Ya no se tiene esa excusa. Uno puede aprender todo lo que quiera. "Alguna vez has logrado entrometerte en un sistema? le pregunto.

 

Los alumnos lo hacen en Glynco. Solo para demostrar la vulnerabilidad del sistema. No mueve un pelito, la noción le es genuinamente indiferente.

 

"¿Que tipo de computadora tienes?"

 

"Una Compaq 286LE", dice.

 

"Cuál te gustaría tener?"

 

A esta pregunta, la innegable luz de la verdadera afición al mundo del hacker brilla en los ojos de Gail Thackeray. Se pone tensa, animada y dice rápidamente: "Una Amiga 2000 con una tarjeta IBM y emulación de MAC! Las maquinas más usadas por los hackers son Amigas y Commodores. Y Apples."

 

Si tuviera ella una Amiga dice, podría acceder una infinidad de disquetes de evidencia incautados, todo en una apropiada máquina multifuncional. Y barata también. No como en el antiguo laboratorio de la fiscalía, donde tenían una antiquísima maquina CP/M, varias sabores de Amigas y de Apples, un par de IBMes, todas las programas de utilitarios... pero ningún Commodore. Las estaciones de trabajo que había en la oficina de trabajo del fiscal general no son más que máquinas Wang con procesador de textos. Máquinas lentas amarradas a una red de oficina - aunque por lo menos están línea con los servicios de datos legales de Lexis y Westlaw. Yo no digo nada. Pero reconozco el síndrome.

 

Esta fiebre informática ha estado esparciéndose por segmentos en nuestra sociedad por años. Es una extraña forma de ambición: un hambre de kilobytes, un hambre de megas; pero es un malestar compartido; puede matar a los compañeros, como una conversación en espiral, cada vez más y más profundo y se va bajando en salidas al mercado de software y periféricos caros...La marca de la bestia hacker. Yo también la tengo. Toda la “comunidad electrónica" quien quiera que sea, la tiene. Gail Thackeray la tiene. Gail Thackeray es un policía hacker. Mi inmediata reacción es una fuerte indignación y piedad: por qué nadie le compra a esta mujer una Amiga?! No es que ella esté pidiendo una super computadora mainframe Cray X-MP; una Amiga es como una pequeña caja de galletas. Estamos perdiendo trillones en el fraude organizado; La persecución y defensa de un caso de un simple hacker en la corte puede costar cien mil dólares fácil. Cómo es que nadie puede darle unos miserables cuatro mil dólares para que esta mujer pueda hacer su trabajo? Por cien mil dólares podríamos comprarle a cada Policía Informático en EE.UU. una Amiga. No son tantos.

 

Computadoras. La lujuria, el hambre de las computadoras. La lealtad que inspiran, la intensa sensación de posesión. La cultura que han creado. Yo mismo estoy sentado en este banco del centro de Phoenix, Arizona, porque se me ocurrió que la policía quizás - solamente quizás – fuera a robarme mi computadora. La perspectiva de esto, la mera amenaza implicada, era insoportable. Literalmente cambió mi vida. Y estaba cambiando la vida de muchos otros. Eventualmente cambiaría la vida de todos.

 

Gail Thackeray era uno de los principales investigadores de crímenes informáticos en EE.UU.. Y yo, un simple escritor de novelas, tenia una mejor computadora que la de ella. Prácticamente todos los que conocía tenían una mejor computadora que Gail Thackeray con su pobre laptop 286. Era como enviar al sheriff para que acabe con los criminales de Dodge City armado con una honda cortada de un viejo neumático.

 

Pero tampoco se necesita un armamento de primera para imponer la ley. Se puede hacer mucho simplemente con una placa de policía. Solamente con una placa básicamente uno puede hacer un gran disturbio y tomar enorme venganza en todos los que actúan mal. El noventa por ciento de la "investigación de crímenes informáticos" es solamente "investigación criminal:" nombres, lugares, archivos, modus operandi, permisos de búsqueda, víctimas, quejosos, informantes...

 

¿Cómo se verá el crimen informático en 10 años? ¿será mejor aun? o ¿Diablo del Sol les dio un golpe que los hizo retroceder, llenos de confusión?

 

Será como es ahora, solo que peor, me dice ella con perfecta convicción. Siempre allí, escondido, cambiando con los tiempos: el submundo criminal. Será como con las drogas ahora. Como los problemas que tenemos con el alcohol. Todos los policías y leyes en el mundo nunca resolvieron los problemas con el alcohol. Si hay algo que la gente quiere, un cierto porcentaje de ella simplemente lo va a tomar. El quince por ciento de la población nunca robará. Otro quince por ciento robará todo lo que no está clavado al piso. La batalla es por los corazones y las mentes del setenta por ciento restante.

 

Los criminales se ponen al día rápidamente. Si no hay "una curva de aprendizaje muy inclinada" - si no requiere una sorprendente cantidad de capacidad y práctica - entonces los criminales son generalmente los primeros en pasar por la puerta de una nueva tecnología. Especialmente si les ayuda a esconderse. Tienen toneladas de efectivo, los criminales. Los usuarios pioneros de las nuevas tecnologías de la comunicación - como los bip bip, los teléfonos celulares, faxes y Federal Express - fueron los ricos empresarios y los criminales. En los años iniciales de los pagers y los beepers, los traficantes de drogas estaban tan entusiasmados con esta tecnología que poseer un beeper era prácticamente evidencia primordial de ser traficante de cocaína.

 

Las comunicaciones por radio en Banda Ciudadana(CB) se expandieron explosivamente cuando el límite de velocidad llegó a 55 millas por hora y romper esta ley se convirtió en un pasatiempo nacional. Los traficantes de drogas envían efectivo por medio de Federal Express, a pesar de, o quizás por eso, las precauciones y advertencias en las oficinas de FedEx que dicen que nunca lo haga. FedEx usa rayos-X y perros en sus correos, para detectar los embarques de drogas. No funciona muy bien.

 

A los traficantes de drogas les encantaron los teléfonos celulares. Hay métodos tan simples de fingir una identidad en los teléfonos celulares, haciendo que la localización de la llamada sea móvil, libre de cargos, y efectivamente imposible de ubicar. Ahora las compañías de celular víctimas rutinariamente aparecen con enormes facturas de llamadas a Colombia y Pakistán.

 

La fragmentación de las compañías telefónicas impuesta por el juez Greene le vuelve loca a la policía. Cuatro mil compañías de telecomunicaciones. El fraude sube como un cohete. Todas las tentaciones del mundo al alcance con un celular y un número de una tarjeta de crédito. Delincuentes indetectables. Una galaxia de "nuevas lindas cosas podridas para hacer."

 

Si hay una cosa que a Thackeray le gustaría tener, sería un pasaje legal a través de fragmentado nuevo campo de minas.

 

Sería una nueva forma de orden de registro electrónica, una "carta electrónica de marca" emitida por un juez. Podría crear una categoría nueva de "emergencia electrónica." Como una intervención de la línea telefónica, su uso sería raro, pero atravesaría los estados e impondría la cooperación veloz de todos los implicados. Celular, teléfono, láser, red de computadoras, PBX, AT&T, Baby Bells, servicios de larga distancia, radio en paquetes. Un documento, una poderosa orden que podría cortar a través de cuatro mil secretos empresariales y la llevaría directamente hasta la fuente de llamadas, la fuente de amenazas por correo electrónico, de virus, las fuentes de amenazas de bomba, amenazas de secuestro. "De ahora en adelante," dice, "el bebé Lindberg morirá siempre." Algo que dejaría la red quieta, aunque sólo por un momento. Algo que la haría alcanzar una velocidad fantástica. Un par de botas de siete leguas.

 

Eso es lo que realmente necesita. "Esos tipos están moviéndose a velocidad de nanosegundos y yo ando en pony ." Y entonces, también, por ahí llega el aspecto internacional. El crimen electrónico nunca ha sido fácil de localizar, de hacer entrar a una jurisdicción física. Y los phreaks y los hackers odian las fronteras, se las saltan cuantas veces pueden. Los ingleses. Los holandeses. Y los alemanes, sobre todo el omnipresente Chaos Computer Club. Los australianos. Todos lo aprendieron en EE.UU.. Es una industria de la travesura en crecimiento. Las redes multinacionales son globales, pero los gobiernos y la policía simplemente no lo son.

 

Ninguna ley lo es tampoco. Ni los marcos legales para proteger al ciudadano. Un idioma sí es global: inglés. Los phone phreaks hablan inglés; es su lengua nativa aun cuando son alemanes. El inglés es originalmente de Inglaterra pero ahora es el idioma de la red; por analogía con portugués y holandés lo podríamos llamar "CNNés."

 

Los asiáticos no están mucho en el phone-phreaking. Son los amos mundiales de la piratería organizada del software. Los franceses no están en el phone-phreaking tampoco. Los franceses están en el espionaje industrial informatizado.

 

En los viejos días del reino virtuoso de los hackers del MIT, los sistemas que se venían abajo no causaban daño a nadie. Bueno casi no. No daños permanentes. Ahora los jugadores son más venales. Ahora las consecuencias son peores. Los hackers empezarán pronto a matar personas. Ya hay métodos de apilar llamadas hacia los teléfonos de emergencia, molestando a la policía, y posiblemente causando la muerte de algún pobre alma llamando con una verdadera emergencia. Hackers en las computadoras de las compañías de ferrocarriles, o en las computadoras del control de tráfico aéreo, matarán a alguien algún día. Quizá a muchas personas. Gail Thackeray lo asume.

 

Y los virus son cada vez peores. El "Scud" virus es el último que salió. Borra discos duros.

 

Según Thackeray, la idea de que los phone phreaks son unos Robin Hood es un engaño. No merecen esa reputación. Básicamente, viven del más débil. Ahora AT&T se protege con la temible ANI (Identificación del Número Automático) capacidad para seguir el rastro. Cuando AT&T incrementó la seguridad general, los phreaks se dirigieron hacia las Baby Bells. Las Baby Bells los echaron afuera en 1989 y 1990, así los phreaks cambiaron a empresas de la larga distancia más pequeñas. Hoy, se mueven en PBXes de dueños locales y sistemas de correo de voz, que están llenos de agujeros de seguridad, muy fáciles de invadir. Estas víctimas no son el rico Sheriff de Nottingham o el malo Rey John, sino pequeños grupos de personas inocentes para quienes es muy difícil protegerse y quienes realmente sufren estas depredaciones. Phone phreaks viven del más débil. Lo hacen por poder. Si fuese legal, no lo harían. No quieren dar servicio, ni conocimiento, buscan la emoción de un “viaje de poder”. Hay suficiente conocimiento o servicio alrededor, si estás dispuesto a pagar. Phone phreaks no pagan, roban. Es porque hacen algo ilegal que se sienten poderosos, que satisface su vanidad.

 

Saludo a Gail Thackeray con un apretón de manos en la puerta del edificio de su oficina- un gran edificio de Estilo Internacional situada en el centro de la ciudad. La oficina del Jefe de la Policía tiene alquilado parte de él. Tengo la vaga impresión de que mucha parte del edificio está vacío - quiebra de bienes raíces. En una tienda de ropa de Phoenix, en un centro comercial del centro de la ciudad, encuentro el "Diablo del Sol" en persona. Es la mascota de la Universidad del Estado de Arizona, cuyo estadio de fútbol, "Diablo del sol," está cerca del cuartel general del Servicio Secreto – de allí el nombre de la operación Diablo del sol. El Diablo del Sol se llama “Chispita”."Chispita”, el Diablo del Sol es castaño con amarillo luminoso, los colores de la universidad. Chispita blande una horca amarilla de tres puntas. Tiene un bigote pequeño, orejas puntiagudas, una cola armada de púas, y salta hacia delante pinchando el aire con la horca, con una expresión de alegría diabólica.

 

Phoenix era el hogar de la Operación Diablo del sol. La Legión of Doom tuvo una BBS hacker llamado "El Proyecto Phoenix". Un hacker australiano llamado "Phoenix" una vez hizo un ataque por Internet a Cliff Stoll, y se jactó y alardeó acerca de ello al New York Times. Esta coincidencia entre ambos es extraño y sin sentido.

 

La oficina principal del Fiscal General de Arizona, donde Gail Thackeray trabajaba antes, está en la Avenida Washington 1275. Muchas de las calles céntricos de la ciudad en Phoenix se llaman como prominentes presidentes americanos: Washington, Jefferson, Madison...

 

Después de obscurecer, los empleados van a sus casas de los suburbios. Washington, Jefferson y Madison- lo qué sería el corazón de Phoenix, si esta ciudad del interior nacida de la industria automóvil tuviera corazón- se convierte en un lugar abandonado, en ruinas, frecuentado por transeúntes y los sin techo.

 

Se delinean las aceras a lo largo de Washington en compañía de naranjos. La fruta madura cae y queda esparcida como bolas de criquet en las aceras y cunetas. Nadie parece comerlos. Pruebo uno fresco. Sabe insoportablemente amargo.

 

La oficina del Fiscal General, construida en 1981 durante la Administración de Babbitt, es un edificio largo y bajo de dos pisos, hecho en cemento blanco y enormes paredes de vidrio. Detrás de cada pared de vidrio hay una oficina de un fiscal, bastante abierta y visible a quien pase por allí.

 

Al otro lado de la calle hay un edificio del gobierno que tiene un austero cartel que pone simplemente SEGURIDAD ECONOMICA, algo que no hubo mucho en el Sudoeste de los EE.UU. últimamente.

 

Las oficinas son aproximadamente de cuatro metros cuadrados. Tienen grandes casillas de madera llenas de libros de leyes de lomo rojo; monitores de computadora Wang; teléfonos; notas Post-it por todos lados. También hay diplomas de abogado enmarcados y un exceso general de arte de paisaje occidental horrible. Las fotos de Ansel Adams son muy populares, quizás para compensar el espectro triste del parque de estacionamiento, dos áreas de asfalto negro rayado, ajardinados con rasgos de arena gruesa y algunos barriles de cactos enfermizos.

 

Ha oscurecido. Gail Thackeray me ha dicho que las personas que trabajan hasta tarde aquí, tienen miedos de asaltos en el parque de estacionamiento. Parece cruelmente irónico que una mujer capaz de perseguir a ladrones electrónicos por el laberinto interestatal del ciberespacio deba temer un ataque por un sin techo delincuente en el parque de estacionamiento de su propio lugar de trabajo. Quizás esto no sea pura coincidencia. Quizás estos dos mundos a primera vista tan dispares, de alguna forma se generan el uno al otro. El pobre y privado de derechos reina en las calles, mientras el rico y equipado de ordenador, seguro en su habitación, charla por módem. Con bastante frecuencia estos marginales rompen alguna de estas ventanas y entran a las oficinas de los fiscales, si ven algo que precisan o que desean lo suficiente.

 

Cruzo el parque de estacionamiento a la calle atrás de la Oficina del Fiscal General. Un par de vagabundos se están acostando sobre una sábana de cartón aplastado, en un nicho a lo largo de la acera. Un vagabundo lleva puesta una reluciente camiseta que dice "CALIFORNIA" con las letras cursivas de la Coca-Cola. Su nariz y mejillas parecen irritadas e hinchadas; brillan con algo que parece vaselina. El otro vagabundo tiene una camisa larga con mangas y cabellos ásperos, lacios, de color castaño, separados en el medio. Ambos llevan pantalones vaqueros usados con una capa de mugre. Están ambos borrachos. "Ustedes están mucho por aquí" les pregunto. Me miran confusos. Llevo pantalones vaqueros negros, una chaqueta rayada de traje negro y una corbata de seda negra. Tengo zapatos extraños y un corte de cabello cómico. "Es la primer vez que venimos por aquí," dice el vagabundo de la nariz roja poco convincentemente. Hay mucho cartón apilado aquí. Más de lo que dos personas podrían usar. "Usualmente nos quedamos en lo de Vinnie calle abajo," dice el vagabundo castaño, echando una bocanada de Marlboro con un aire meditativo, mientras se extiende sobre una mochila de nylon azul.

"El San Vicente."

"¿Sabes quién trabaja en ese edificio de allí?" pregunto.

El vagabundo castaño se encoge de hombros. "Algún tipo de abogado, dice."

Con un “cuídate” mutuo, nos despedimos. Les doy cinco dólares.

Una manzana calle abajo encuentro un trabajador fuerte quien es tirando de algún tipo de vagoneta industrial; tiene algo qué parece ser un tanque de propano en él.

Hacemos contacto ocular. Saludamos inclinando la cabezada. Nos cruzamos.

¡ "Eh! ¡Disculpe señor!" dice.

"¿Sí?" digo, deteniéndome y volviéndome.

"No vio a un hombre negro de 1.90m?” dice el tipo rápidamente, “cicatrices en ambas sus mejillas, así” gesticula "usa una gorra negra de béisbol hacia atrás, vagando por aquí?"

"Suena a que no realmente me gustaría encontrarme con él," digo.

"Me quitó la cartera," me dice mi nuevo conocido. "Me la quitó ésta mañana. Sé que algunas personas se asustarían de un tipo como ese. Pero yo no me asusto. Soy de Chicago. Voy a cazarlo. Eso es lo que hacemos allá en Chicago."

"¿Sí?"

"Fui a la policía y ahora están buscando su trasero por todos lados," dice con satisfacción. "Si se tropieza con él, me lo hace saber."

"Bien," le digo. "¿cómo se llama usted, señor?"

"Stanley..."

"¿Y cómo puedo encontrarlo?"

"Oh," Stanley dice, con la misma rápida voz, "no tiene que encontrarme. Sólo llama a la policía. Vaya directamente a la policía." de un bolsillo saca un pedazo grasiento de cartulina. "Mire, este es mi informe sobre él."

Miro. El "informe," del tamaño del una tarjeta de índice, está encabezado por la palabra PRO-ACT (en inglés, las primeras letras de Residentes de Phoenix se Oponen a la Amenaza Activa del Crimen... o es que se Organizan Contra la Amenaza del Crimen? En la calle cada vez más oscura es difícil leer. ¿Algún tipo de grupo de vigilantes? ¿Vigilantes del barrio? Me siento muy confundido.

"¿Es usted un policía, señor?"

Sonríe, parece sentirse a gusto con la pregunta.

"No," dice.

"¿Pero es un 'Residente de Phoenix'? "

"Podría creer que soy un sin techo?" dice Stanley.

"¿Ah sí? Pero qué es él..." Por primera vez miro de cerca la vagoneta de Stanley. Es un carrito de metal industrial con ruedas de caucho, pero la cosa que había confundido por un tanque de propano es de hecho un tanque refrigerador. Stanley también tiene un bolso del Ejército llenísimo, apretado como una salchicha con ropa o quizás una tienda, y, en el bajo de su vagoneta, una caja de cartón y una maltrecha cartera de piel.

"Ya lo veo" digo, “realmente es una pérdida.” Por primera vez me doy cuenta de que Stanley sí tiene una cartera. No ha perdido su cartera en absoluto. Está en su bolsillo trasero y está encadenado a su cinturón. No es una cartera nueva. Parece haber tenido mucho uso.

"Pues, sabes cómo es, hermano," dice Stanley. Ahora que sé que es un sin hogar una posible amenaza mi percepción de él ha cambiado totalmente en un instante. Su lenguaje, que parecía brillante y entusiástico, ahora parece tener un sonido peligroso de obsesión.

"¡Tengo que hacer esto!" me asegura. "Rastrear este tipo... es una cosa que hago... ya sabes... para mantenerme entero!" Sonríe, asiente con la cabeza, levanta su vagoneta por el deteriorada mango de goma.

"Hay que colaborar, sabes," Stanley grita, su cara se ilumina con alegría "la policía no puede hacerlo todo sola!"

Los caballeros que encontré en mi paseo por el centro de la ciudad que Phoenix son los únicos analfabetos informáticos en este libro. Sin embargo, pensar que no son importantes sería un grave error.

A medida que la informatización se extiende en la sociedad, el pueblo sufre continuamente oleadas de choques con el futuro. Pero, como necesariamente la "comunidad electrónica" quiere convertir a los demás y por lo tanto está sometida continuamente a oleadas de analfabetos de la computadora. Cómo tratarán, cómo mirarán los que actualmente gozan el tesoro digital a estos mares de gente que aspiran a respirar la libertad? ¿La frontera electrónica será otra tierra de oportunidades- o un armado y supervisado enclave, donde el privado de derechos se acurruca en su cartulina frente a las puertas cerradas de nuestras casas de justicia?

 

Algunas personas sencillamente no se llevan bien con los ordenadores. No saben leer. No saben teclear. Las instrucciones misteriosas de los manuales simplemente no les entran en la cabeza. En algún momento, el proceso de informatización del pueblo alcanzará su límite.

 

Algunas personas - personas bastante decentes quizá, quienes pueden haber prosperado en cualquier otra situación- quedarán irremediablemente marginadas. ¿Qué habrá que hacer con estas personas, en el nuevo y reluciente mundo electrónico? Cómo serán mirados, por los magos del ratón del ciberespacio ¿Con desprecio? ¿Con indiferencia? ¿Con miedo?

 

En una mirada retrospectiva me asombra lo rápidamente el pobre Stanley se convirtió en una amenaza percibida. La sorpresa y el temor son sentimientos estrechamente vinculados. Y el mundo de la informática está lleno de sorpresas.

 

Encontré un personaje en las calles de Phoenix cuyo papel en este libro es soberanamente y directamente relevante. Ese personaje era el cicatrizado gigante fantasma de Stanley. Este fantasma está por todas partes en este libro. Es el espectro que ronda el ciberespacio. A veces es un vándalo maníaco dispuesto a quebrar el sistema telefónico por ninguna sana razón en absoluto. A veces es un agente federal fascista, que fríamente programa sus potentes ordenadores para destruir nuestros derechos constitucionales. A veces es un burócrata de la compañía de telecomunicaciones, que secretamente conspira registrando todos los módems al servicio de un régimen vigilante al estilo de Orwell. Pero la mayoría de las veces, este fantasma temeroso es un "hacker." Es un extraño, no pertenece, no está autorizado, no huele a justicia, no está en su lugar, no es uno de nosotros. El centro del miedo es el hacker, por muchas de las mismas razones que Stanley se imaginó que el asaltante era negro.

 

El demonio de Stanley no puede irse, porque no existe.

 

A pesar de su disposición y tremendo esfuerzo, no se le puede arrestar, demandar, encarcelar, o despedir. Sólo hay una forma constructiva de hacer algo en contra es aprender más acerca de Stanley. Este proceso de aprendizaje puede ser repelente, desagradable, puede contener elementos de grave y confusa paranoia, pero es necesario. Conocer a Stanley requiere algo más que condescendencia entre clases. Requiere más que una objetividad legal de acero. Requiere compasión humana y simpatía. Conocer a Stanley es conocer a su demonio. Si conoces al demonio de otro, quizá conozcas a algunos tuyos. Serás capaz de separar la realidad de la ilusión. Y entonces no harás a tu causa, más daño que bien, como el pobre Stanley lo hacía.

 

EL FCIC (Comité Federal para la Investigación sobre Ordenadores) es la organización más importante e influyente en el reino del crimen informático estadounidense. Puesto que las policías de otros países han obtenido su conocimiento sobre crímenes informáticos de métodos americanos, el FCIC podría llamarse perfectamente el más importante grupo de crímenes informáticos del mundo.

 

Además, para los estándares federales, es una organización muy poco ortodoxa. Investigadores estatales y locales se mezclan con agentes federales. Abogados, auditores financieros y programadores de seguridad informática intercambian notas con policías de la calle. Gente de la industria y de la seguridad en las telecomunicaciones aparece para explicar cómo funcionan sus juguetes y defender su protección y la justicia. Investigadores privados, creativos de la tecnología y genios de la industria ponen también su granito de arena. El FCIC es la antítesis de la burocracia formal. Los miembros del FCIC están extrañamente orgullosos de este hecho; reconocen que su grupo es aberrante, pero están convencidos de que, para ellos, ese comportamiento raro esa, de todas formas, absolutamente necesario para poder llevar sus operaciones a buen término.

 

Los regulares del FCIC –provenientes del Servicio Secreto, del FBI, del departamento de impuestos, del departamento de trabajo, de las oficinas de los fiscales federales, de la policía estatal, de la fuerza aérea, de la inteligencia militar- asisten a menudo a conferencias a lo largo y ancho del país, pagando ellos mismos los gastos. El FCIC no recibe becas. No cobra por ser miembro. No tiene jefe. No tiene cuartel general, sólo un buzón en Washington, en la división de fraudes del servicio secreto. No tiene un presupuesto. No tiene horarios. Se reúne tres veces al año, más o menos. A veces publica informes, pero el FCIC no tiene un editor regular, ni tesorero; ni siquiera una secretaria. No hay apuntes de reuniones del FCIC. La gente que no es federal está considerada como "miembros sin derecho a voto", pero no hay nada parecido a elecciones. No hay placas, pins o certificados de socios. Todo el mundo se conoce allí por el nombre de pila. Son unos cuarenta. Nadie sabe cuantos, exactamente. La gente entra y sale... a veces “se va” oficialmente pero igual se queda por allí. Nadie sabe exactamente a que obliga ser "miembro" de este "comité". Aunque algunos lo encuentren extraño, cualquier persona familiarizada con los aspectos sociales de la computación no vería nada raro en la "organización" del FCIC. Desde hace años, los economistas y los teóricos del mundo empresarial han especulado acerca de la gran ola de la revolución de la información destruiría las rígidas burocracias piramidales, donde todo va de arriba hacia abajo y está centralizado. Los "empleados" altamente cualificados tendrían mucha más autonomía, con iniciativa y motivación propias, moviéndose de un sitio a otro, de una tarea a otra, con gran velocidad y fluidez. La "ad-hocracia" gobernaría, con grupos de gente reuniéndose de forma espontánea a través de líneas organizativas, tratando los problemas del momento, aplicándoles su intensa experiencia con la ayuda informática para desvanecer después. Eso es lo que más o menos ha sucedido en el mundo de la investigación federal de los ordenadores. Con la conspicua excepción de las compañías telefónicas, que después de todo ya tienen más de cien años, prácticamente todas las organizaciones que tienen un papel importante en este libro funcionen como el FCIC. La Fuerza de Operaciones de Chicago, la Unidad de Fraude de Arizona, la Legion of Doom, la gente de Phrack, la Electronic Frontier Foundation. Todos tienen el aspecto de y actúan como "equipos tigre" o "grupos de usuarios". Todos son ad-hocracias electrónicas surgiendo espontáneamente para resolver un problema.

 

Algunos son policías. Otros son, en una definición estricta, criminales. Algunos son grupos con intereses políticos. Pero todos y cada uno de estos grupos tienen la misma característica de espontaneidad manifiesta. "Hey, peña! Mi tío tiene un local. Vamos a montar un a actuación!"

 

Todos estos grupos sienten vergüenza por su "amateurismo" y, en aras de su imagen ante la gente de fuera del mundo del ordenador, todos intentan parecer los más serios, formales y unidos que se pueda. Estos residentes de la frontera electrónica se parecen a los grupos de pioneros del siglo XIX anhelando la respetabilidad del estado. Sin embargo, hay dos cruciales diferencias en las experiencias históricas de estos "pioneros" del siglo XIX y los del siglo XXI.

 

En primer lugar, las poderosas tecnologías de la información son realmente efectivas en manos de grupos pequeños, fluidos y levemente organizados. Siempre han habido "pioneros", "aficionados", "amateurs", "diletantes", "voluntarios", "movimientos", "grupos de usuarios" y "paneles de expertos". Pero un grupo de este tipo -cuando está técnicamente equipado para transmitir enormes cantidades de información especializada, a velocidad de luz a sus miembros, al gobierno y a la prensa, se trata simplemente de un animalito diferente. Es como la diferencia entre una anguila y una anguila eléctrica. La segunda deferencia crucial es que la sociedad estadounidense está ya casi en un estado de revolución tecnológica permanente. Especialmente en el mundo de los ordenadores, es imposible dejar de ser un "pionero", a menos que mueras o saltes del tren deliberadamente. La escena nunca se ha enlentecido lo suficiente como para institucionalizarse. Y, tras veinte, treinta, cuarenta años la "revolución informática" continúa extendiéndose, llegando a nuevos rincones de nuestra sociedad. Cualquier cosa que funciona realmente, ya está obsoleta.

 

Si te pasas toda la vida siendo un "pionero", la palabra "pionero" pierde su significado. Tu forma de vida se parece cada vez menos a la introducción a "algo más" que sea estable y organizado, y cada vez más a las cosas simplemente son así. Una "revolución permanente" es realmente una contradicción en sí misma. Si la confusión dura lo suficiente, se convierte en un nuevo tipo de sociedad. El mismo juego de la historia, pero con nuevos jugadores y nuevas reglas.

 

Apliquemos esto al mundo de la acción policial de finales del siglo XX y las implicaciones son novedosas y realmente sorprendentes. Cualquier libro de reglas burocráticas que escribas acerca del crimen informático tendrá errores al escribirlo, y será casi una antigüedad en el momento en que sea impreso. La fluidez y las reacciones rápidas del FCIC les dan una gran ventaja en relación a esto, lo que explica su éxito. Incluso con la mejor voluntad del mundo (que, dicho sea de paso, no posee) es imposible para una organización como el FBI ponerse al corriente en la teoría y la práctica del crimen informático. Si intentaran capacitar a sus agentes para hacerlo, sería suicida, porque nunca podrían hacer nada más. 

 

Igual el FBI intenta entrenar a sus agentes en las bases del crimen electrónico en su cuartel general de Quantico, Virginia. Y el Servicio Secreto, junto a muchos otros grupos policiales, ofrecen seminarios acerca de fraude por cable, crímenes en el mundo de los negocios e intrusión en ordenadores en el FLETC (pronúnciese "fletsi"), es decir el Centro de Capacitación para la Imposición de la Ley Federal, situado en Glynco, Georgia. Pero los mejores esfuerzos de estas burocracias no eliminan la necesidad absoluta de una "confusión altamente tecnológica" como la del FCIC

 

Pues verán, los miembros del FCIC son los entrenadores del resto de los agentes. Prácticamente y literalmente ellos son la facultad de crimen informático de Glynco, pero con otro nombre. Si el autobús del FCIC se cayera por un acantilado, la comunidad policial de los Estados Unidos se volvería sorda, muda y ciega ante el mundo del crimen informático, y sentiría rápidamente una necesidad desesperada de reinventarlo. Y lo cierto es no estamos en una buena época para empezar de cero.

 

El 11 de junio de 1991 llegué a Phoenix, Arizona, para el último encuentro del FCIC. Este debía más o menos el encuentro número veinte de este grupo estelar. La cuenta es dudosa, pues nadie es capaz de decidir si hay que incluir o no los encuentros de "El Coloquio", pues así se llamaba el FCIC a mediados de los ochenta, antes de ni siquiera tener la dignidad un acrónimo propio.

 

Desde mi última visita a Arizona, en mayo, el escándalo local del AzScam se había resuelto espontáneamente en medio de un clima de humillación. El jefe de la policía de Phoenix, cuyos agentes habían grabado en vídeo a nueve legisladores del estado haciendo cosas malas, había dimitido de su cargo tras un enfrentamiento con el ayuntamiento de la ciudad de Phoenix acerca de la responsabilidad de sus operaciones secretas.

 

El jefe de Phoenix se unía ahora a Gail Thackeray y once de sus más cercanos colaboradores en la experiencia compartida de desempleo por motivo político. En junio seguían llegando las dimisiones desde la Oficina del Fiscal General de Arizona, que podía interpretarse tanto como una nueva limpieza como una noche de los cuchillos largos segunda parte, dependiendo de tu punto de vista.

 

El encuentro del FCIC tuvo lugar en el Hilton Resort, de Scottsdale. Scottsdale es un rico suburbio de Phoenix, conocido como "Scottsdull" ("dull"="aburrido") entre la "gente guapa" del lugar, equipado con lujosos (y algo cursis) centros comerciales y céspedes a los que casi se les había hecho la manicura; además, estaba conspicuamente mal abastecido de vagabundos y “sin hogar”. El Hilton Resort era un hotel impresionante, de estilo cripto-Southwestern posmoderno. Incluía un "campanario" recubierto de azulejos que recordaba vagamente a un minarete árabe.

 

El interior era de un estilo Santa Fe bárbaramente estriado. Había un jacuzzi en el sótano y una piscina de extrañas formas en el patio. Un quiosco cubierto por una sombrilla ofrecía los helados de la paz, políticamente correctos, de Ben y Jerry (una cadena de helados "progres", de diseño psicodélico, y cuyos beneficios se destinan parcialmente a obras benéficas). Me registré como miembro del FCIC, consiguiendo un buen descuento, y fui en busca de los federales. Sin lugar a dudas, de la parte posterior del hotel llegaba la inconfundible voz de Gail Thackeray.

 

Puesto que también había asistido a la conferencia del CFP (Privacidad y Libertad en los Ordenadores), evento del que hablaremos más adelante, esta era la segunda vez que veía a Thackeray con sus colegas defensores de la ley. Volví a sorprenderme por lo felices que parecían todos al verla. Era natural que le dedicaran “algo” de atención, puesto que Gail era una de las dos mujeres en un grupo de más de treinta hombres, pero tenía que haber algo más.

 

Gail Thackeray personifica el aglomerante social del FCIC. Les importaba un pito que hubiera perdido su trabajo de fiscal general. Lo sentían, desde luego, pero, ¡qué más da!… todos habían perdido algún trabajo. Si fueran el tipo de personas a las que les gustan los trabajos aburridos y estables, nunca se habrían puesto a trabajar con ordenadores.

 

Me paseé entre el grupo e inmediatamente me presentaron a cinco desconocidos. Repasamos las condiciones de mi visita al FCIC. No citaría a nadie directamente. No asociaría las opiniones de los asistentes a sus agencias. No podría (un ejemplo puramente hipotético) describir la conversación de alguien del Servicio Secreto hablando de forma civilizada con alguien del FBI, pues esas agencias “nunca” hablan entre ellas, y el IRS (también presente, también hipotético) “nunca habla con nadie”.

 

Aún peor, se me prohibió asistir a la primera conferencia. Y no asistí, claro. No tenía ni idea de qué trataba el FCIC esa tarde, tras aquellas puertas cerradas. Sospecho que debía tratarse de una confesión franca y detallada de sus errores, patinazos y confusiones, pues ello ha sido una constante en todos y cada uno de los encuentros del FCIC desde la legendaria fiesta cervecera en Memphis, en 1986. Quizás la mayor y más singular atracción del FCIC es que uno puede ir, soltarse el pelo, e integrarse con una gente que realmente sabe de qué estás hablando. Y no sólo te entienden, sino que “te prestan atención”, te están “agradecidos por tu visión” y “te perdonan”, lo cual es una cosa que, nueve de cada diez veces, ni tu jefe puede hacer, pues cuando empiezas a hablar de "ROM", "BBS" o "Línea T-1" sus ojos se quedan en blanco.

 

No tenía gran cosa que hacer aquella tarde. El FCIC estaba reunido en la sala de conferencias. Las puertas estaban firmemente cerradas, y las ventanas eran demasiado oscuras para poder echar un vistazo. Me pregunté lo qué podría hacer un hacker auténtico, un intruso de los ordenadores, con una reunión así.

 

La respuesta me vino de repente. Escarbaría en la basura y en las papeleras del lugar. No se trataba de ensuciar el lugar en una orgía de vandalismo. Ese no es el uso del verbo inglés "to trash" en los ambientes hackers. No, lo que haría sería “vaciar los cestos de basura” y apoderarme de cualquier dato valioso que hubiera sido arrojado por descuido.

 

Los periodistas son famosos por hacer estas cosas (de hecho, los periodistas en búsqueda de información son conocidos por hacer todas y cada una de las cosas no éticas que los hackers pueden haber hecho. También tienen unas cuantas y horribles técnicas propias). La legalidad de "basurear" es como mínimo dudosa, pero tampoco es flagrantemente ilegal. Sin embargo, era absurdo pensar en "basurear" el FCIC. Esa gente ya sabe que es "basurear". No duraría ni quince segundos.

 

Sin embargo, la idea me parecía interesante. Últimamente había oído mucho sobre este tipo de prácticas. Con la emoción del momento, decidí intentar "basurear" la oficina del FCIC, un área que no tenía nada que ver con los investigadores.

 

La oficina era diminuta, seis sillas, una mesa… De todas formas, estaba abierta, así que me puse a escarbar en la papelera de plástico. Para mi sorpresa, encontré fragmentos retorcidos de una factura telefónica de larga distancia de Sprint. Un poco más de búsqueda me proporcionó un estado de cuentas bancario y una carta manuscrita, junto con chicles, colillas, envoltorios de caramelos y un ejemplar el día anterior de USA Today.

 

La basura volvió a su receptáculo, mientras que los fragmentarios datos acabaron en mi bolsa de viaje. Me detuve en la tienda de souvenirs para comprar un rollo de cinta adhesiva y me dirigí hacia mi habitación. Coincidencia o no, era verdad. Un alma inocente había tirado una cuenta de Sprint entre la basura del hotel. Estaba fechada en mayo del 1991. Valor total. 252,36 dólares. No era un teléfono de negocios, sino una cuenta particular, a nombre de alguien llamada Evelyn (que no es su nombre real). Los registros de Evelyn mostraban una "cuenta anterior". Allí había un número de identificación de nueve dígitos. A su lado había una advertencia impresa por ordenador: "Dele a su tarjeta telefónica el mismo trato que le daría a una tarjeta de crédito, para evitar fraudes. Nunca dé el número de su tarjeta telefónica por teléfono, a no ser que haya realizado usted la llamada. Si recibiera llamadas telefónicas no deseadas, por favor llame a nuestro servicio de atención a clientes". Le eché un vistazo a mi reloj. El FCIC todavía tenía mucho tiempo por delante para continuar. Recogí los pedazos de la cuenta de Sprint de Evelyn y los uní con la cinta adhesiva. Ya tenía su número de tarjeta telefónica de diez dígitos. Pero no tenía su número de identificación, necesario para realizar un verdadero fraude. Sin embargo, ya tenía el teléfono particular de Evelyn. Y los teléfonos de larga distancia de un montón de los amigos y conocidos de Evelyn, en San Diego, Folsom, Redondo, Las Vegas, La Jolla, Topeka y Northampton, Massachussets. ¡Hasta de alguien en Australia!

 

Examiné otros documentos. Un estado de cuentas de un banco. Era una cuenta de Evelyn en un banco en San Mateo, California (total: 1877,20 dólares). Había un cargo a su tarjeta de crédito por 382,64 dólares. Lo estaba pagando a plazos.

 

Guiado por motivos que eran completamente antiéticos y salaces, examiné las notas manuscritas. Estaban bastante retorcidas por lo que me costó casi cinco minutos reordenarlas.

 

Eran borradores de una carta de amor. Habían sido escritos en el papel de la empresa donde estaba empleada Evelyn, una compañía biomédica. Escritas probablemente en el trabajo, cuando debería haber estado haciendo otra cosa.

 

"Querido Bob" (no es su nombre real) "Supongo que en la vida de todos siempre llega un momento en que hay que tomar decisiones duras, y esta es difícil para mí, para volverme loca. Puesto que no me has llamado, y no puedo entender por qué no, sólo puedo imaginar que no quieres hacerlo. Pensé que tendría noticias tuyas el viernes. Tuve algunos problemas inusuales con el teléfono y quizás lo intentaste. Eso espero. "Robert, me pediste que dejara…" Así acababa la nota.

 

“¿Problemas inusuales con su teléfono?” Le eché un vistazo a la segunda nota.

 

"Bob, no saber de ti durante todo el fin de semana me ha dejado muy perpleja…"

 

El siguiente borrador:

 

"Querido Bob, hay muchas cosas que no entiendo, y que me gustaría entender. Querría hablar contigo, pero por razones desconocidas has decidido no llamar. Es tan difícil para mí entenderlo…"

 

Lo intentó otra vez.

 

"Bob, puesto que siempre te he tenido en muy alta estima, tenía la esperanza de que pudiéramos continuar siendo buenos amigos, pero ahora falta un ingrediente esencial: respeto. Tu habilidad para abandonar a la gente cuando ha servido a tu propósito se me ha mostrado claramente. Lo mejor que podrías hacer por mí ahora mismo es dejarme en paz. Ya no eres bienvenido en mi corazón ni en mi casa".

 

Lo intenta otra vez.

 

"Bob, te escribí una nota para decirte que te he perdido el respeto, por tu forma de tratar a la gente, y a mí en particular, tan antipática y fría. Lo mejor que podrías hacer por mí es dejarme en paz del todo, ya no eres bienvenido en mi corazón ni en mi casa. Apreciaría mucho que cancelaras la deuda que tienes conmigo lo antes posible. Ya no quiero ningún contacto contigo. Sinceramente, Evelyn."

 

¡Cielos!, pensé, el cabrón éste hasta le debe dinero. Pasé la página.

 

"Bob: muy simple. ¡ADIÓS! Estoy harta de juegos mentales, se acabó la fascinación, y tu distancia. Se acabó. Finis Evie."

 

Había dos versiones de la despedida final, pero venían a decir lo mismo. Quizás no la envió. El final de mi asalto ilegítimo y vergonzante era un sobre dirigido a "Bob", a su dirección particular, pero no tenía sello y no había sido enviado.

 

Quizás simplemente había estado desfogándose porque su novio canalla había olvidado llamarla un fin de semana. No veas. Quizás ya se habían besado y lo habían arreglado todo. Hasta podría ser que ella y Bob estuvieran en la cafetería ahora, tomándose algo. Podría ser.

 

Era fácil de descubrir. Todo lo que tenía que hacer era llamar por teléfono a Evelyn. Con una historia mínimamente creíble y un poco de caradura seguramente podría sacarle la verdad. Los phone-phreaks y los hackers engañan a la gente por teléfono siempre que tienen oportunidad. A eso se le llama "ingeniería social". La ingeniería social es una práctica muy común en el underground, y tiene una efectividad casi mágica. Los seres humanos son casi siempre el eslabón más débil de la seguridad informática. La forma más simple de conocer “cosas que no deberías saber” es llamando por teléfono y abusar de la gente que tiene la información. Con la ingeniería social, puedes usar los fragmentos de información especializada que ya posees como llave para manipular a la gente y hacerles creer que estás legitimado, que obras de buena fe. Entonces puedes engatusarlos, adularlos o asustarlos para que revelen casi cualquier cosa que desees saber. Engañar a la gente (especialmente por teléfono) es fácil y divertido. Explotar su credulidad es gratificante, te hace sentir superior a ellos.

 

Si hubiera sido un hacker malicioso en un raid basurero, tendría ahora a Evelyn en mi poder. Con todos esos datos no habría sido muy difícil inventar una mentira convincente. Si fuera suficientemente despiadado y cínico, y suficientemente listo, esa indiscreción momentánea por su parte, quizás cometida bajo los efectos del llanto, quién sabe, podría haberle causado todo un mundo de confusión y sufrimiento.

 

Ni siquiera tenía que tener un motivo malicioso. Quizás podría estar "de su parte" y haber llamado a Bob, y amenazarle con romperle las piernas si no sacaba a Evelyn a cenar, y pronto. De todas formas no era asunto mío. Disponer de esa información era un acto sórdido, y usarla habría sido infligir un ataque sórdido.

 

Para hacer todas estas cosas horribles habría necesitado exactamente un conocimiento técnico de cero. Todo lo que necesitaba eran las ganas de hacerlo y algo de imaginación retorcida.

 

Me fui hacia abajo. Los duros trabajadores del FCIC, que habían estado reunidos cuarenta y cinco minutos más de lo previsto, habían acabado por hoy y se habían reunido en el bar del hotel. Me uní a ellos y me tomé una cerveza.

 

Estuve charlando con un tipo acerca de "Isis" o, más bien dicho "IACIS" la Asociación Internacional de Especialistas en Investigación Informática. Se ocupan de la "informática forense", de las técnicas para desconectar las defensas de un ordenador sin destruir información vital. IACIS, actualmente en Oregón, incluye investigadores de los EUA, Canadá, Taiwan e Irlanda. "¿Taiwan e Irlanda?" dije ¿Están realmente Taiwan e Irlanda en primera línea en relación a estos temas? Bueno, exactamente no, admitió mi informante. Lo que pasa es que están entre los primeros que hemos contactado mediante el boca-oreja. Sin embargo, la vertiente internacional sigue siendo válida, pues se trata de un problema internacional. Las líneas telefónicas llegan a todas partes.

 

También había un policía montado de Canadá. Parecía estar pasándoselo en grande. Nadie había echado a este canadiense porque fuera un extranjero que pusiera en peligro la seguridad. Son policías del ciberespacio. Les preocupan mucho las "jurisdicciones", pero el espacio geográfico es el menor de sus problemas.

 

La NASA al final no apareció. La NASA sufre muchas intrusiones en sus ordenadores, especialmente de atacantes australianos y sobre todo del Chaos Computer Club, caso propagado a los cuatro vientos. En 1990 hubo un gran revuelo periodístico al revelarse que uno de los intercambios del ramal de Houston de la NASA había sido sistemáticamente interceptado por una banda de phone-phreaks. Pero como la NASA tenía su propia financiación, lo estaban desmontando todo.

 

La Oficina de las Investigaciones Especiales de las Fuerzas Aéreas (Air Force OSI) es la única entidad federal que se ocupa a tiempo completo de seguridad informática. Se esperaba que vendrían bastantes de ellos, pero algunos se habían retirado. Un corte de financiación del Pentágono.

 

Mientras se iban apilando las jarras vacías, empezaron a bromear y a contar batallitas. "Son polis", dijo Thackeray de forma tolerante. "Si no hablan del trabajo, hablan de mujeres y cerveza".

 

Oí la historia de alguien al que se le pidió "una copia" de un disquete de ordenador y “fotocopió la etiqueta que tenía pegada encima”. Puso el disquete sobre la bandeja de cristal de la fotocopiadora. Al ponerse en marcha la fotocopiadora, la electricidad estática borró toda la información del disco.

 

Otra alma cándida e ignorante arrojó una bolsa de disquetes confiscados en un furgón policial, junto a la emisora de radiofrecuencia. La intensa señal de radio los borró todos.

 

Oímos algunas cosas de Dave Geneson, el primer fiscal informático, un administrador de un mainframe en Dade County que se había convertido en abogado. Dave Geneson era un personaje que “cayó al suelo ya corriendo”, una virtud capital para hacer la transición al mundo del crimen informático. Es ampliamente aceptado que es más fácil aprender primero cómo funciona el mundo de los ordenadores, y luego aprender el trabajo judicial o policial. Puedes coger algunas personas del mundo de los ordenadores y entrenarlas para hacer un buen trabajo policial, pero, desde luego, han de tener “mentalidad de policía”. Han de conocer las calles. Paciencia. Persistencia. Y discreción. Has de asegurarte que no son fanfarrones, exhibicionistas, "cowboys".

 

La mayoría de los reunidos en el bar tenían conocimientos básicos de inteligencia militar, o drogas, u homicidio. Con grosería se opina que "inteligencia militar" es una expresión contradictoria en sí misma, mientras que hasta el tenebroso ámbito del homicidio es más claro que el de la policía de narcóticos. Un policía que había estado haciendo de infiltrado en asuntos de drogas durante cuatro años en Europa, afirmaba con seriedad "Ahora casi estoy recuperado", con el ácido humor negro que es la esencia del policía. "Hey, ahora puedo decir ‘puta’ sin poner ‘hijo de’ delante".

 

"En el mundo de los policías" decía otro, "todo es bueno o malo, blanco o negro. En el mundo de los ordenadores todo es gris".

 

Un fundador de FCIC que había estado con el grupo desde los tiempos en que sólo era "El Coloquio", describió como se metió en el asunto. Era un policía de homicidios en Washington DC, al que se llamó para un caso de hackers. Ante la palabra hacker, que en inglés, literalmente, quiere decir “alguien que corta troncos con un hacha”, supuso que estaba tras la pista de un asesino cuchillo en ristre, y fue al centro de ordenadores esperando encontrar sangre y un cuerpo. Cuando finalmente descubrió lo que había pasado (tras pedir en voz alta, aunque en vano, que los programadores "hablaran inglés") llamó al cuartel general y les dijo que no tenía ni idea de ordenadores. Le dijeron que nadie allí sabía nada tampoco y que “volviera de una puta vez al trabajo”. Así pues, dijo, procedió mediante comparaciones. Por analogía. Mediante metáforas. "Alguien ha entrado ilegalmente en tu ordenador, no?" "Allanamiento de morada, eso lo entiendo". "¿Y como entró?" "Por la línea telefónica" “Utilización fraudulenta de las líneas telefónicas, eso lo entiendo”. ¡Lo que necesitamos es pinchar la línea y localizar la llamada!

 

Funcionó. Era mejor que nada. Y funcionó mucho más rápido cuando entró en contacto con otro policía que había hecho algo similar. Y los dos encontraron a otro, y a otro, y rápidamente se creó “El Coloquio”. Ayudó mucho el hecho que todos parecían conocer a Carlton Fitzpatrick, el entrenador en procesamiento de datos en Glynco.

 

El hielo se rompió a lo grande en Memphis, en 1986. “El Coloquio” había atraído a una colección de personajes nuevos (Servicio Secreto, FBI, militares, otros federales) tipos duros. Nadie quería decir nada a nadie. Sospechaban que si se corría la voz por sus oficinas los echarían a todos. Pasaron una tarde muy incómoda. Las formalidades no los llevaban a ningún sitio. Pero una vez finalizó la sesión formal, los organizadores trajeron una caja de cervezas; una vez los participantes derribaron las barreras burocráticas todo cambió. "Desnudé mi alma" recordaba orgullosamente un veterano. Al caer la noche estaban construyendo pirámides con latas de cerveza vacías, e hicieron de todo excepto un concurso de canto por equipos.

 

El FCIC no eran los únicos dedicados al crimen informático. Estaba también la DATTA (Asociación de Fiscales de Distrito contra el Robo Tecnológico) que estaban especializados en el robo de chips, propiedad intelectual y casos de mercado negro. Estaba también el HTCIA (Asociación de Investigadores en Alta Tecnología y Ordenadores), también surgidos de Silicon Valley, un año más antiguos que el FCIC y con gente tan brillante como Donald Ingraham. Estaba también la LEETAC (Comité para la Asistencia en el Mantenimiento de la Ley en la Tecnología Electrónica) en Florida y las unidades de crímenes informáticos en Illinois, Maryland, Texas, Ohio, Colorado y Pennsylvania. Pero estos eran grupos locales. El FCIC era el primero en tener una red nacional y actuar a nivel federal.

 

La gente de FCIC “vive” en las líneas telefónicas. No en las BBS. Conocen las BBS, y saben que no son seguras. Todo el mundo en el FCIC tiene una cuenta telefónica que no se la imaginan. FCIC están en estrecho contacto con la gente de las telecomunicaciones desde hace mucho tiempo. El ciberespacio telefónico es su hábitat nativo.

 

El FCIC tiene tres subgrupos básicos: los profesores, el personal de seguridad y los investigadores. Por eso se llama "Comité de Investigación", sin emplear el término "Crimen Informático" esa odiada "palabra que empieza con C". Oficialmente, el FCIC "es una asociación de agencias y no de individuos". De forma no oficial, la influencia de los individuos y de la experiencia individual es vital. La asistencia a sus reuniones sólo es posible por invitación, y casi todo el mundo en el FCIC se aplica la máxima de "no ser profetas en su tierra".

 

Una y otra vez escuché eso, con expresiones diferentes, pero con el mismo significado. "He estado sentado en el desierto, hablando conmigo mismo", "estaba totalmente aislado", "estaba desesperado", "FCIC es lo mejor sobre crimen informático en América", "FCIC es algo que realmente funciona". "Aquí es donde puedes escuchar a gente real diciéndote lo que realmente pasa ahí afuera, y no abogados haciendo apostillas". "Todo lo que sabemos nos lo hemos enseñado entre nosotros".

 

La sinceridad de estas declaraciones me convencen de que es verdad. FCIC es lo mejor y no tiene precio. También es verdad que está enfrentada con el resto de las tradiciones y estructuras de poder de la policía estadounidense. Seguramente no ha habido un alboroto similar al creado por el FCIC desde la creación del Servicio Secreto estadounidense, en 1860. La gente del FCIC vive como personas del siglo XXI en un entorno del siglo XX, y aunque hay mucho que decir en favor de eso, también hay mucho que decir en contra, y los que están en contra son los que controlan los presupuestos.

 

Escuché como dos tipos del FCIC de Jersey comparaban sus biografías. Uno de ellos había sido motorista en una banda de tipos duros en los años sesenta. "Ah, ¿y conociste a Tal y Cual?" dijo el primero, "¿Uno duro, que los tenía bien puestos?"

 

"Sí, le conocí."

 

"Pues mira, era uno de los nuestros. Era nuestro infiltrado en la banda."

 

"¿De verdad? ¡Vaya! Pues sí, le conocía. Una pasada de tío".

 

Thackeray recordaba con detalle haber sido casi cegada con gases lacrimógenos en las protestas de 1969 contra la guerra del Vietnam, en el Washington Circle, cubriéndose con una publicación de la universidad. "Ah, vaya. Pues yo estaba allí" dijo uno que era policía "Estoy contento de saber que el gas alcanzó a alguien, juhahahaaa" Él mismo estaba tan ciego, confesó, que más adelante, aquel mismo día arrestó un arbolito.

 

FCIC es un grupo extraño, sus componentes, unidos por coincidencia y necesidad, se han convertido en un nuevo tipo de policía. Hay un montón de policías especializados en el mundo: antivicio, narcóticos, impuestos, pero el único grupo que se parece al FCIC, en su completa soledad, es seguramente la gente del porno infantil. Ello se debe a que ambos tratan con conspiradores que están desesperados en intercambiar datos prohibidos y también desesperados por esconderse y, sobre todo, porque nadie más del estamento policial quiere oír hablar de ello.

 

La gente del FCIC tiende a cambiar mucho de trabajo. Normalmente no tienen todo el equipo de entrenamiento que necesitan. Y son demandados muy a menudo.

 

A medida que pasaba la noche y un grupo se puso a tocar en el bar, la conversación se fue oscureciendo. El gobierno nunca hace nada, opinó alguien, hasta que hay un “desastre”. Los “desastres” con computadoras son horribles, pero no se puede negar que ayudan grandemente a aumentar la credibilidad de la gente del FCIC. El Gusano de Internet, por ejemplo. "Durante años hemos estado advirtiendo sobre eso, pero no es nada comparado con lo que va a venir". Esta gente espera horrores. Saben que nadie hace nada hasta que algo horrible sucede.

 

 

 

Al día siguiente oímos un extenso resumen de alguien que había sido de la policía informática, implicado en un asunto con el ayuntamiento de una ciudad de Arizona, y que después se dedicó a instalar redes de ordenadores (con un considerable aumento de sueldo). Habló sobre desmontar redes de fibra óptica. Incluso un único ordenador con suficientes periféricos es, literalmente, una "red", un puñado de máquinas cableadas juntas, generalmente con una complejidad que pondría en ridículo a un equipo musical estéreo. La gente del FCIC inventa y publica métodos para incautar ordenadores y conservar las evidencias. Cosas sencillas a veces, pero que son vitales reglas empíricas para el policía de la calle, ya que, hoy día, se topa a menudo con ordenadores intervenidos en el curso de investigaciones sobre drogas o de robos de "guante blanco". Por ejemplo: fotografía el sistema antes de tocar nada. Etiqueta los extremos de los cables antes de desconectar nada. Aparca los cabezales de las unidades de disco antes de moverlas. Coge los disquetes. No expongas los disquetes a campos magnéticos. No escribas sobre un disquete con bolígrafos de punta dura. Coge los manuales. Coge los listados de impresora. Coge las notas escritas a mano. Copia los datos antes de estudiarlos, y luego examina la copia en lugar del original. En ese momento nuestro conferenciante repartió copias de unos diagramas de una típica LAN (Red de Área Local) situada fuera de Connecticut. Eran ciento cincuenta y nueve ordenadores de sobremesa, cada uno con sus propios periféricos. Tres "servidores de ficheros". Cinco "acopladores en estrella" cada uno de ellos con 32 puntos. Un acoplador de dieciséis puertos de la oficina de la esquina. Todas estas máquinas comunicándose unas con otras, distribuyendo correo electrónico, distribuyendo software, distribuyendo, muy posiblemente, evidencias criminales. Todas unidas por cable de fibra óptica de alta capacidad. Un “chico malo” (los policías hablan mucho de "chicos malos") podría estar acechando en el ordenador número 47 o 123 y compartiendo sus malas acciones con la máquina "personal" de algún colega en otra oficina (o en otro lugar) probablemente a tres o cuatro kilómetros de distancia. O, presumiblemente, la evidencia podría ser "troceada", dividida en fragmentos sin sentido y almacenarlos por separado en una gran cantidad de diferentes unidades de disco.

 

El conferenciante nos desafió a que encontráramos soluciones. Por mi parte, no tenía ni idea. Tal y como yo lo veía, los cosacos estaban ante la puerta; probablemente había más discos en este edificio de los que habían sido confiscados en toda la Operación Sundevil.

 

Un "topo", dijo alguien. Correcto. Siempre está “el factor humano”, algo fácil de olvidar cuando se contemplan las misteriosas interioridades de la tecnología. Los policías son muy habilidosos haciendo hablar a la gente, y los informáticos, si se les da una silla y se les presta atención durante algún tiempo, hablarán sobre sus ordenadores hasta tener la garganta enrojecida. Existe un precedente en el cual la simple pregunta "¿cómo lo hiciste?" motivó una confesión de 45 minutos, grabada en vídeo, de un delincuente informático que no sólo se incriminó completamente, sino que también dibujó útiles diagramas.

 

Los informáticos hablan. Los hackers fanfarronean. Los phone-phreaks hablan patológicamente (¿por qué robarían códigos telefónicos si no fuese para parlotear diez horas seguidas con sus amigos en una BBS al otro lado del océano?) La gente ilustrada, en términos de ordenadores, posee de hecho un arsenal de hábiles recursos y técnicas que les permitirían ocultar toda clase de trampas exóticas y, si pudieran cerrar la boca sobre ello, podrían probablemente escapar de toda clase de asombrosos delitos informáticos. Pero las cosas no funcionan así, o al menos no funcionaban así hasta aquel momento.

 

Casi todos los phone-phreaks detenidos hasta ahora han implicado rápidamente a sus mentores, sus discípulos y sus amigos. Casi todos los delincuentes informáticos de “guante blanco”, convencidos presuntuosamente de que su ingenioso plan era seguro por completo, rápidamente aprenden lo contrario cuando por primera vez en su vida un policía de verdad y sin ganas de bromas los coge por las solapas mirándoles a los ojos y les dice "muy bien jilipollas, tú y yo nos vamos a la comisaria". Todo el hardware del mundo no te aislará de estas sensaciones de terror y culpabilidad en el mundo real.

Los policías conocen maneras de ir de la A a la Z sin pasar por todas letras del alfabeto de algunos delincuentes listillos. Los policías saben cómo ir al grano. Los policías saben un montón de cosas que la gente normal no sabe.

 

Los hackers también saben muchas cosas que otras personas no saben. Los hackers saben, por ejemplo, introducirse en tu ordenador a través de las líneas telefónicas. Pero los policías pueden aparecer ante tu puerta y llevarte a ti y a tu ordenador en cajas de acero separadas. Un policía interesado en los hackers puede cogerlos y freírlos a preguntas. Un hacker interesado en los policías tiene que depender de rumores, de leyendas clandestinas y de lo que los policías quieran revelar al público. Y los "Servicios Secretos" no se llaman así por ser unos cotillas.

 

Algunas personas, nos informó nuestro conferenciante, tenían la idea equivocada de que era "imposible" pinchar un cable de fibra óptica. Bueno, anunció, él y su hijo habían preparado un cable de fibra óptica pinchado en su taller casero. Pasó el cable a la audiencia junto con una tarjeta adaptadora de LAN para que pudiéramos reconocerla si la viéramos en algún ordenador. Todos echamos un vistazo.

 

El pinchazo era un clásico "prototipo de Goofy", un cilindro metálico de la longitud de mi pulgar con un par de abrazaderas de plástico. De un extremo colocaban tres delgados cables negros, cada uno de los cuales terminaba en una diminuta cubierta de plástico. Cuando quitabas la cubierta de seguridad del final del cable podías ver la fibra de vidrio, no más gruesa que la cabeza de un alfiler.

 

Nuestro conferenciante nos informó que el cilindro metálico era un multiplexor por división de longitud de onda. Aparentemente, lo que se hacía era cortar el cable de fibra óptica, insertar dos de las ramas para cerrar la red de nuevo y, luego, leer cualquier dato que pasara por la línea, simplemente conectando la tercera rama a algún tipo de monitor. Parecía bastante sencillo. Me pregunté por qué nadie lo habría pensado antes. También me pregunté si el hijo de aquel tipo, de vuelta al taller tendría algunos amigos adolescentes.

 

Hicimos un descanso. El hombre que estaba a mi lado llevaba puesta una gorra anunciando el subfusil Uzi. Charlamos un rato sobre las ventajas de los Uzi. Fueron durante mucho tiempo las armas favoritas de los servicios secretos, hasta que pasaron de moda a raíz de la guerra del golfo Pérsico: los aliados árabes de los EUA se sintieron ofendidos porque los estadounidenses llevaban armas israelíes. Además, otro experto me informó que los Uzi se encasquillan. El arma equivalente que se elige hoy día es la Heckler & Koch, fabricada en Alemania.

 

El tipo con la gorra de Uzi era fotógrafo forense. También hacía vigilancia fotográfica en casos de delincuencia informática. Solía hacerlo hasta los tiroteos de Phoenix, claro. En aquel momento era investigador privado y, con su mujer, tenían un estudio fotográfico especializado en reportajes de boda y retratos. Y, debe repetirse, había incrementado considerablemente sus ingresos. Todavía era FCIC. Si tú eras FCIC y necesitabas hablar con un experto sobre fotografía forense, allí estaba él, siempre dispuesto y experimentado. Si no se hubiese hecho notar, lo hubieran echado de menos.

 

Nuestro conferenciante suscitó la cuestión de que la investigación preliminar de un sistema informático es vital antes de llevar a cabo una confiscación. Es vital saber cuántas máquinas hay, qué clase de sistemas operativos usan, cuánta gente las utiliza y dónde se almacenan los datos propiamente dichos. Irrumpir simplemente en la oficina pidiendo "todos los ordenadores" es una receta para un fracaso inmediato. Esto requiere que previamente se realicen algunas discretas averiguaciones. De hecho, lo que requiere es, básicamente, algo de trabajo encubierto. Una operación de espionaje, para decirlo claramente. En una charla después de la conferencia pregunté a un ayudante si rebuscar en la basura podría ser útil.

 

Recibí un rápido resumen sobre la teoría y práctica de "rebuscar en la basura a escondidas". Cuando la policía recoge la basura a escondidas, interviene el correo o el teléfono, necesita el permiso de un juez. Una vez obtenido, el trabajo de los policías con la basura es igual al de los hackers sólo que mucho mejor organizado. Tan es así, me informaron, que los gángsters en Phoenix hicieron amplio uso de cubos de basura sellados, retirados por una empresa especializada en recogida de alta seguridad de basura.

 

En un caso, un equipo de especialistas de policías de Arizona había registrado la basura de una residencia local durante cuatro meses. Cada semana llegaban con el camión municipal de la basura, disfrazados de basureros, y se llevaban los contenidos de los cubos sospechosos bajo un árbol, donde "peinaban" la basura; una tarea desagradable, sobre todo si se tiene en cuenta que uno de los residentes estaba bajo tratamiento de diálisis de riñón. Todos los documentos útiles se limpiaban, secaban y examinaban. Una cinta desechada de máquina de escribir fue una fuente especialmente útil de datos, ya que contenía todas las cartas que se habían escrito en la casa. Las cartas fueron pulcramente reescritas por la secretaria de la policía, equipada con una gran lupa montada sobre el escritorio.

 

Hay algo extraño e inquietante sobre todo el asunto de "rebuscar en la basura", un modo insospechado, y de hecho bastante desagradable, de suscitar una profunda vulnerabilidad personal. Cosas junto a las que pasamos cada día y que damos por hecho que son absolutamente inofensivas, pueden ser explotadas con tan poco trabajo… Una vez descubiertas, el conocimiento de estas vulnerabilidades tiende a diseminarse.

 

Tomemos como ejemplo el insignificante asunto de las tapas de alcantarillas o registros. La humilde tapa de alcantarilla reproduce, en miniatura, muchos de los problemas de la seguridad informática. Las tapas de alcantarilla son, por supuesto, artefactos tecnológicos, puntos de acceso a nuestra infraestructura urbana subterránea. Para la inmensa mayoría de nosotros, las tapas de alcantarilla son invisibles (aunque están ahí delante). Son también vulnerables. Ya hace muchos años que el Servicio Secreto ha tenido en cuenta sellar todas las tapas a lo largo de las rutas de la comitiva presidencial. Esto es, por supuesto, para impedir que los terroristas aparezcan repentinamente desde un escondite subterráneo o, más posiblemente, que coloquen bombas con control remoto bajo la calle.

 

Últimamente las tapas de registros y alcantarillas han sido objeto de más y más explotación criminal, especialmente en la ciudad de Nueva York. Recientemente, un empleado de telecomunicaciones de Nueva York descubrió que un servicio de televisión por cable había estado colándose subrepticiamente en los registros telefónicos e instalando servicios de cable junto con las líneas telefónicas y sin pagar los derechos correspondientes. En esa misma ciudad, el alcantarillado ha estado también sufriendo una plaga generalizada de robo de cable de cobre subterráneo, vaciado de basura, y precipitadas descargas de víctimas de asesinatos.

 

Las quejas de la industria alcanzaron los oídos de una innovadora empresa de seguridad industrial en Nueva Inglaterra, y el resultado fue un nuevo producto conocido como "el intimidador", un grueso tornillo de titanio y acero con una cabeza especial que requiere una llave también especial para desatornillarlo. Todas esas "llaves" llevan números de serie, registrados en un fichero por el fabricante. Hay ahora algunos miles de esos "intimidadores" hundidos en los pavimentos estadounidenses por dondequiera que pasa el presidente, como una macabra parodia de flores esparcidas. También se difunden rápidamente, como acerados dientes de león, alrededor de las bases militares estadounidenses y muchos centros de la industria privada.

 

Probablemente nunca se le ha ocurrido fisgar bajo la tapa de un registro de alcantarilla, quizás bajar y darse un paseo con la linterna sólo para ver cómo es. Formalmente hablando, eso podría ser intrusión, pero si no se perjudica a nadie, y no lo convierte en un hábito, a nadie le importaría mucho. La libertad de colarse bajo las alcantarillas es, probablemente, una libertad que nunca pensaba ejercer.

 

Ahora es menos probable que tenga dicha libertad. Puede que nunca la haya echado de menos hasta que lo ha leído aquí, pero si está en Nueva York esa libertad ha desaparecido, y probablemente lo haga en los demás sitios también. Esta es una de las cosas que el crimen y las reacciones contra el crimen nos han hecho.

 

El tono de la reunión cambió al llegar la Fundación Fronteras Electrónicas. La EFF, cuyo personal e historia se examinarán en detalle en el siguiente capítulo, son pioneros de un grupo de defensores de las libertades civiles que surgió como una respuesta directa a la "caza del hacker" en 1990.

 

En esa época, Mitchell Kapor, el presidente de la fundación y Michael Godwin, su principal abogado, estaban enfrentándose personalmente a la ley por primera vez. Siempre alertas a los múltiples usos de la publicidad, Mitchell Kapor y Mike Godwin habían llevado su propio periodista: Robert Drapper, de Austin, cuyo reciente y bien recibido libro sobre la revista Rolling Stone estaba aún en las librerías. Draper iba enviado por Texas Monthly.

 

El proceso civil Steve Jackson/EFF contra la Comisión de Chicago contra el Abuso y Fraude Informático era un asunto de considerable interés en Texas. Había dos periodistas de Austin siguiendo el caso. De hecho, contando a Godwin (que vivía en Austin y era experiodista) éramos tres. La cena era como una reunión familiar.

 

Más tarde llevé a Drapper a la habitación de mi hotel. Tuvimos una larga y sincera charla sobre el caso, discutiendo ardorosamente, como si fuéramos una versión de periodistas independientes en una FCIC en miniatura, en privado, confesando las numerosas meteduras de pata de los periodistas que cubrían la historia, intentando imaginar quién era quién y qué demonios estaba realmente pasando allí. Mostré a Drapper todo lo que había sacado del cubo de basura del Hilton. Ponderamos la moralidad de rebuscar en la basura durante un rato y acordamos que era muy negativa. También estuvimos de acuerdo en que encontrar una factura de Sprint la primera vez era toda una coincidencia.

 

Primero había rebuscado en la basura y ahora, sólo unas horas más tarde, estaba cotilleando sobre ello con otra persona. Habiendo entrado en la forma de vida hacker, estaba ahora, naturalmente siguiendo su lógica. Había descubierto algo llamativo por medio de una acción subrepticia, y por supuesto tenía que fanfarronear y arrastrar a Drapper, que estaba de paso, hacia mis iniquidades. Sentí que necesitaba un testigo. De otro modo nadie creería lo que había descubierto.

 

De vuelta en la reunión, Thackeray, aunque con algo de vacilación, presentó a Kapor y Godwin a sus colegas. Se distribuyeron los documentos. Kapor ocupó el centro del escenario. Un brillante bostoniano, empresario de altas tecnologías, normalmente el halcón de su propia administración y un orador bastante efectivo, parecía visiblemente nervioso y lo admitió francamente. Comenzó diciendo que consideraba la intrusión en ordenadores inmoral, y que la EFF no era un fondo para defender hackers a pesar de lo que había aparecido en la prensa. Kapor charló un poco sobre las motivaciones básicas de su grupo, enfatizando su buena fe, su voluntad de escuchar y de buscar puntos en común con las fuerzas del orden…, cuando fuera posible.

 

Luego, a petición de Godwin, Kapor señaló que el propio ordenador en Internet de la EFF había sido "hackeado" recientemente, y que la EFF no consideraba dicho acontecimiento divertido. Después de esta sorprendente confesión el ambiente comenzó a relajarse con rapidez. Pronto Kapor estaba recibiendo preguntas, rechazando objeciones, cuestionando definiciones y haciendo juegos malabares con los paradigmas con algo semejante a su habitual entusiasmo. Kapor pareció hacer un notable efecto con su perspicaz y escéptico análisis de los méritos de los servicios de identificación de quien inicia una llamada (sobre este punto, FCIC y la EFF nunca han estado enfrentados, y no tienen establecidas barricadas para defenderse) La identificación de quien llama, generalmente, se ha presentado como un servicio dirigido hacia la protección de la privacidad de los usuarios, una presentación que Kapor calificó como "cortina de humo", ya que el verdadero propósito sería que grandes compañías elaborasen enormes bases de datos comerciales con cualquiera que les llame o mande un fax. Se hizo evidente que pocas personas en la habitación habían considerado esta posibilidad excepto, quizás, dos personas de seguridad de US WEST RBOC que llegaron tarde y reían entre dientes nerviosamente.

 

Mike Godwin hizo entonces una extensa disertación sobre "Implicaciones en las Libertades Civiles de la Búsqueda e Incautación de Ordenadores". Ahora, por fin, llegábamos al meollo del asunto, el toma y daca real de los políticos. La audiencia escuchaba atentamente, aunque se oían algunos murmullos de enfado ocasional. "¡Nos intenta enseñar nuestro trabajo!". "¡Hemos estado pensando en esto muchos años!". "¡Pensamos en estos asuntos a diario!". "¡Si no lo incautara todo, las víctimas del delincuente me demandarían!" "¡Estoy violando la ley si dejo 10.000 discos llenos de software pirata y códigos robados!". "¡Es nuestro trabajo que la gente no destroce la Constitución, somos los defensores de la Constitución!". "¡Confiscamos cosas cuando sabemos que serán incautadas de todas formas como compensación para la víctima!"

 

Si es decomisable no pidan una orden de registro, pidan una orden de decomiso, sugirió Godwin fríamente. Él recalcó, además, que la mayoría de los sospechosos de delitos informáticos no quiere ver desaparecer sus ordenadores por la puerta, llevados Dios sabe dónde y durante quién sabe cuánto tiempo. Puede que no les importara sufrir un registro, incluso un registro minucioso, pero quieren que sus máquinas sean registradas in situ. "¿Y nos van a dar de comer?" alguien preguntó irónicamente. "¿Y si hacen copia de los datos?" dijo Godwin, eludiendo la pregunta. "Eso nunca servirá en un juicio", "vale, hagan copias, se las entregan y se llevan los originales".

 

Godwin lideraba las BBS como depositarias de la libre expresión garantizada por la Primera Enmienda. Se quejó de que los manuales de formación contra el delito informático daban a las BBS mala prensa, sugiriendo que eran un semillero de criminales frecuentadas por pedófilos y delincuentes mientras que la inmensa mayoría de las miles de BBS de la nación son completamente inocuas, y ni por asomo tan románticamente sospechosas.

 

La gente que lleva una BBS la cierra bruscamente cuando sus sistemas son confiscados, sus docenas (o cientos) de usuarios lo sufren horrorizados. Sus derechos a la libre expresión son cortados en seco. Su derecho a asociarse con otras personas es infringido. Y se viola su privacidad cuando su correo electrónico pasa a ser propiedad de la policía

 

Ni un alma habló para defender la práctica de cerrar las BBS. Dejamos pasar el asunto en un sumiso silencio. Dejando a un lado los principios legales (y esos principios no pueden ser establecidos sin que se apruebe una ley o haya precedentes en los tribunales) cerrar BBS se ha convertido en veneno para la imagen de la policía estadounidense especializada en delitos informáticos. Y de todas maneras no es completamente necesario. Si eres un policía, puedes obtener la mayor parte de lo que necesitas de una BBS pirata simplemente usando un infiltrado dentro de ella.

 

Muchos vigilantes, bueno, ciudadanos preocupados, informarán a la policía en el momento en que vean que una BBS pirata se establece en su zona (y le contarán a la policía todo lo que sepan sobre ella, con tal detalle técnico, que desearías que cerraran la boca). Alegremente proporcionarán a la policía grandes cantidades de software o listados. Es imposible mantener esta fluida información electrónica lejos del alcance de las manos de la policía. Alguna gente de la comunidad electrónica se enfurece ante la posibilidad de que la policía "monitorice" las BBS. Esto tiene algo de quisquilloso, pues la gente del Servicio Secreto en particular examina las BBS con alguna regularidad. Pero esperar que la policía electrónica sea sorda, muda y ciega respecto a este medio en particular no es de sentido común. La policía ve la televisión, escucha la radio, lee los periódicos y las revistas; ¿por qué deberían ser diferentes los nuevos medios? Los policías pueden ejercer el derecho a la información electrónica igual que cualquier otra persona. Como hemos visto, bastantes policías informáticos mantienen sus propias BBS, incluyendo algunas "de cebo" antihackers que han demostrado ser bastante efectivas.

 

Como remate, sus amigos de la policía montada del Canadá (y los colegas de Irlanda y Taiwan) no tienen la Primera Enmienda o las restricciones constitucionales estadounidenses, pero tienen líneas telefónicas y pueden llamar a cualquier BBS cuando quieran. Los mismos determinantes tecnológicos que usan hackers, phone-phreaks y piratas de software pueden ser usados por la policía. Los "determinantes tecnológicos" no tienen lealtades hacia los humanos, no son blancos, ni negros, ni del poder establecido, ni de la clandestinidad, no están a favor ni en contra de nada.

 

Godwin se explayó quejándose de lo que llamó "la hipótesis del aficionado inteligente", la asunción de que el hacker que estás deteniendo es claramente un genio de la técnica y debe ser, por tanto, registrado con suma rudeza. Así que, desde el punto de vista de la ley, ¿por qué arriesgarse a pasar algo por alto?. Coge todo lo que haya hecho. Coge su ordenador. Coge sus libros. Coge sus cuadernos. Coge los borradores de sus cartas de amor. Coge su radiocasete portátil. Coge el ordenador de su mujer. Coge el ordenador de su padre. Coge el ordenador de su hermanita. Coge el ordenador de su jefe. Coge sus discos compactos, podrían ser CD-ROM astutamente disfrazados como música pop. Coge su impresora láser, podría haber escondido algo vital en sus 5 Mb. de memoria. Coge los manuales de los programas y la documentación del hardware. Coge sus novelas de ficción y sus libros de juegos de rol. Coge su contestador telefónico y desenchufa el teléfono de la pared. Coge cualquier cosa remotamente sospechosa.

 

Godwin señaló que la mayoría de los hackers no son, de hecho, aficionados geniales. Bastantes de ellos son maleantes y estafadores que no poseen mucha sofisticación tecnológica, simplemente conocen algunos trucos prácticos copiados de algún sitio. Lo mismo ocurre con la mayoría de los chicos de quince años que se han “bajado” un programa escaneador de códigos de una BBS pirata. No hay necesidad real de confiscar todo lo que esté a la vista. No se requiere un sistema informático completo y diez mil discos para ganar un caso en los tribunales.

 

¿Y si el ordenador es el instrumento de un delito? preguntó alguien. Godwin admitió tranquilamente que la doctrina de requisar el instrumento del crimen estaba bastante bien establecida en el sistema legal estadounidense.

 

La reunión se disolvió. Godwin y Kapor tenían que irse. Kapor testificaba al día siguiente ante el departamento de utilidad pública de Massachusetts sobre redes e ISDN de banda estrecha en grandes áreas. Tan pronto como se fueron Thackeray pareció satisfecha. Había aceptado un gran riesgo con ellos. Sus colegas no habían, de hecho, cortado las cabezas de Kapor y Godwin. Estaba muy orgullosa de ellos y así se lo dijo.

 

"¿No oíste lo que dijo Godwin sobre el instrumento del delito?" dijo exultante, a nadie en particular. "Eso significa que Mitch no va a demandarme".

 

 

 

El cuerpo de policía de computadoras de los EUA es un grupo interesante. Como fenómeno social, ellos son más interesantes y más importantes que los adolescentes marrulleros de líneas telefónicas y que los atacantes de sistemas de computadoras. Primero, ellos son más viejos y más sabios, no son aficionados mareados con debilidades morales, sino que son profesionales adultos con todas las responsabilidades de los servidores públicos. Y, al contrario que los atacantes, poseen no solamente potencia tecnológica, sino, también, la pesada carga de la ley y de la autoridad social.

 

Y es muy interesante que ellos sean tantos como lo sea cualquier otro grupo en el mar ciberespacial. No están satisfechos con esto. Los policías son autoritarios por naturaleza, y prefieren obedecer las reglas y preceptos (incluso aquellos policías que secretamente disfrutan haciendo una carrera rápida en un territorio inhóspito, negando con moderación cualquier actitud de “cowboy”). Pero en el ciberespacio no existen reglas ni precedentes. Hay pioneros que abren caminos, correcaminos del ciberespacio, ya sean agradables o no.

 

En mi opinión, algunos adolescentes cautivados por las computadoras, fascinados por lograr entrar y salir evadiendo la seguridad de las computadoras, y atraídos por los señuelos de formas de conocimiento especializado y de poder, harían bien en olvidar todo lo que saben acerca del hacking y poner su objetivo en llegar a ser un agente federal. Los federales pueden triunfar sobre los hackers en casi todas las cosas que éstos hacen, incluyendo reuniones de espionaje, disfraces encubiertos, “basureo”, martilleo de teléfonos, construcción de expedientes, funcionamiento de interredes y filtración de sistemas de computadoras criminales. Los agentes del Servicio Secreto saben más acerca de phreaking, codificación y tarjeteo de lo que la mayoría de los phreacks podrían aprender en años, y cuando se llega a los virus, los rompedores de claves, el software bomba y los caballos troyanos, los federales tienen acceso directo a la información confidencial que sólo es todavía un vago rumor en el submundo.

 

Hay muy poca gente en el mundo que pueda ser tan escalofriantemente impresionante como un bien entrenado y bien armado agente del Servicio Secreto de los EUA. Pero claro, se requieren unos cuantos sacrificios personales para obtener el poder y el conocimiento. Primero, se debe poseer la exigente disciplina que conlleva la pertenencia a una gran organización; pero el mundo del crimen computarizado es aún tan pequeño, y se mueve tan rápidamente, que permanecerá espectacularmente fluido en los años venideros. El segundo sacrificio es que tendrá que darse por vencido ante ciertas personas. Esto no es una gran pérdida. Abstenerse del consumo de drogas ilegales también es necesario, pero será beneficioso para su salud.

 

Una carrera en seguridad computacional no es una mala elección para los hombres y mujeres jóvenes de hoy. Este campo se expandirá espectacularmente en los próximos años. Si usted es hoy un adolescente, para cuando usted sea profesional, los pioneros, acerca de los cuales habrá leído en este libro, serán los sabios ancianos y ancianas de este campo, abrumados por sus discípulos y sucesores. Por supuesto, algunos de ellos, como William P. Wood del Servicio Secreto en 1865, pueden haber sido maltratados en la chirriante maquinaria de la controversia legal, pero para cuando usted entre en el campo del crimen computacional, este ya se habrá estabilizado en alguna medida, mientras permanece entretenidamente desafiante.

 

Pero no se puede obtener una placa porque sí. Tendrá que ganársela. Primero, porque existe la ley federal de entrenamiento forzoso. Y es dura, muy dura.

Todo agente del Servicio Secreto debe completar pesados cursos en el Centro de Entrenamiento Forzoso de Ley Federal (de hecho, los agentes del Servicio Secreto son periódicamente reentrenados durante toda su carrera). Con el fin de obtener una visión instantánea de lo deseable que puede ser, yo mismo viajé a FLETC.

 

 

 

El FLETC es un espacio de 1.500 acres en la costa atlántica de Georgia. Es una combinación de plantas de pantano, aves acuáticas, humedad, brisas marinas, palmitos, mosquitos y murciélagos. Hasta 1974 era una base naval de la Armada, y todavía alberga una pista de aterrizaje en funcionamiento y barracones y oficinas de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces el centro se ha beneficiado de un presupuesto de 40 millones de dólares, pero queda suficiente bosque y pantano en las inmediaciones para que los vigilantes de fronteras se entrenen.

 

En tanto que ciudad, "Glynco" casi no existe. La ciudad real más cercana es Brunswich, a pocas millas de la autopista 17. Allí estuve en un Holiday Inn, adecuadamente llamado "Marshview Holiday Inn" (Marshview = vista del pantano. N. del T.). El domingo cené en una marisquería llamada "Jinright's" donde disfruté de una cola de caimán bien frita. Esta especialidad local era un cesto repleto de bocaditos de blanca, tierna, casi esponjosa, carne de reptil, hirviendo bajo una capa de mantequilla salpimentada. El caimán es una experiencia gastronómica difícil de olvidar, especialmente cuando está liberalmente bañada en salsa de cocktail hecha en casa con un botellín de plástico de Jinright's.

 

La concurrida clientela eran turistas, pescadores, negros de la zona con su mejor ropa de los domingos y blancos georgianos locales, que parecían tener todos un increíble parecido con el humorista georgiano Lewis Grizzard.

 

Los 2.400 estudiantes de 75 agencias federales que conforman la población del FLETC apenas se notan en la escena local. Los estudiantes parecen turistas y los profesores parecen haber adoptado el aire relajado del Sur Profundo. Mi anfitrión era el señor Carlton Fitzpatrick, coordinador del programa del Instituto de Fraude Financiero. Carlton Fitzpatrick es un vigoroso, bigotudo y bien bronceado nativo de Alabama, cercano a los cincuenta, con una gran afición a mascar tabaco, a los ordenadores potentes y dado a los discursos sabrosos, con los pies bien plantados en el suelo. Nos habíamos visto antes, en el FCIC, en Arizona. El Instituto del Fraude Financiero es una de las nueve divisiones del FLETC. Además del Fraude Financiero hay Conducción y Navegación, Armas de Fuego y Entrenamiento Físico. Son divisiones especializadas. También cinco divisiones generales: Entrenamiento básico, Operaciones, Técnicas para el cumplimiento de la Ley, Divisón Legal y Ciencias del Comportamiento.

 

En algún sitio de este despliegue está todo lo necesario para convertir a estudiantes graduados en agentes federales. Primero se les da unas tarjetas de identificación. Después se les entregan unos trajes de aspecto miserable y color azul, conocidos como "trajes de pitufo". A los estudiantes se les asigna un barracón y una cafetería, e inmediatamente se aplican a la rutina de entrenamiento del FLETC, capaz de hacer polvo los huesos. Además de footing diario obligatorio (los entrenadores usan banderas de peligro para advertir cuando la humedad aumenta lo suficiente como para provocar un “golpe de calor”), están las máquinas Nautilus, las artes marciales, las habilidades de supervivencia…

 

Las dieciocho agencias federales que mantienen academias en FLETC usan todo tipo de unidades policiales especializadas, algunas muy antiguas. Están los Vigilantes de Fronteras, la División de Investigación Criminal del IRS, el Servicio de Parques, Pesca y Vida Salvaje, Aduanas, Inmigración, Servicio Secreto y las subdivisiones uniformadas del Tesoro. Si eres un policía federal y no trabajas para el FBI, se te entrena en FLETC. Ello incluye gente tan poco conocida como los agentes de Inspección General del Retiro del Ferrocarril o la Autoridad Policial del Valle de Tennessee.

 

Y después está la gente del crimen informático, de todo tipo, de todos los trasfondos. Mr. Fitzpatrick no es avaro con su conocimiento especializado. Policías de cualquier parte, en cualquier rama de servicio, pueden necesitar aprender lo que él enseña. Los trasfondos no importan. El mismo Fitzpatrick, originalmente era un veterano de la Vigilancia de Fronteras, y entonces se convirtió en instructor de Vigilancia de Fronteras en el FLETC; su español todavía es fluido. Se sintió extrañamente fascinado el día en que aparecieron los primeros ordenadores en el centro de entrenamiento. Fitzpatrick tenía conocimientos de ingeniería eléctrica, y aunque nunca se consideró un hacker, descubrió que podía escribir programitas útiles para este nuevo y prometedor invento.

 

Empezó mirando en la temática general de ordenadores y crimen, leyendo los libros y artículos de Donn Parker, manteniendo los oídos abiertos para escuchar “batallitas”, pistas útiles sobre el terreno, conocer a la gente que iba apareciendo de las unidades locales de crimen y alta tecnología… Pronto obtuvo una reputación en FLETC de ser el residente "experto en ordenadores", y esa reputación le permitió tener más contactos, más experiencia, hasta que un día miró a su alrededor y vio claro que “era” un experto federal en crímenes informáticos. De hecho, este hombre modesto y genial, podría ser “el” experto federal en delitos informáticos. Hay gente muy buena en el campo de los ordenadores, y muchos investigadores federales muy buenos, pero el área donde estos mundos de conocimiento coinciden es muy pequeña. Y Carlton Fitzpatrick ha estado en el centro de ese área desde 1985, el primer año de “El Coloquio”, grupo que le debe mucho.

 

Parece estar en su casa en una modesta oficina aislada acústicamente, con una colección de arte fotográfico al estilo de Ansel Adams, su certificado de Instructor Senior enmarcado en oro y una librería cargada con títulos ominosos como Datapro Reports on Information Security y CFCA Telecom Security '90.

 

El teléfono suena cada diez minutos; los colegas aparecen por la puerta para hablar de los nuevos desarrollos en cerraduras o mueven sus cabezas opinando sobre los últimos chismes del escándalo del banco global del BCCI.

 

Carlton Fitzpatrick es una fuente de anécdotas acerca del crimen informático, narradas con una voz pausada y áspera y, así, me cuenta un colorido relato de un hacker capturado en California, hace algunos años, que había estado trasteando con sistemas, tecleando códigos sin ninguna parada detectable durante veinticuatro, treinta y seis horas seguidas. No simplemente conectado, sino tecleando. Los investigadores estaban alucinados. Nadie podía hacer eso. ¿No tenía que ir al baño? ¿Era alguna especie de dispositivo capaz de teclear el código?

 

Un registro en casa del sujeto reveló una situación de miseria sorprendente. El hacker resultó ser un informático paquistaní que había suspendido en una universidad californiana. Había acabado en el submundo como inmigrante ilegal electrónico, y vendía servicio telefónico robado para seguir viviendo. El lugar no solamente estaba sucio y desordenado, sino que tenía un estado de desorden psicótico. Alimentado por una mezcla de choque cultural, adición a los ordenadores y anfetaminas, el sospechoso se había pasado delante del ordenador un día y medio seguido, con barritas energéticas y drogas en su escritorio, y un orinal bajo su mesa.

 

Cuando ocurren cosas como ésta, la voz se corre rápidamente entre la comunidad de cazadores de hackers.

 

Carlton Fitzpatrick me lleva en coche, como si fuera una visita organizada, por el territorio del FLETC. Una de nuestras primeras visiones es el mayor campo de tiro cubierto del mundo. En su interior, me asegura Fitzpatrick educadamente, hay diversos aspirantes a agente federal entrenándose, disparando con la más variada gama de armas automáticas: Uzi, glocks, AK-47. Se muere de ganas por llevarme dentro. Le digo que estoy convencido de que ha de ser muy interesante, pero que preferiría ver sus ordenadores. Carlton Fitzpatrick queda muy sorprendido y halagado. Parece que soy el primer periodista que prefiere los microchips a la galería de tiro.

 

Nuestra siguiente parada es el lugar favorito de los congresistas que vienen de visita: la pista de conducción de 3 millas de largo del FLETC. Aquí, a los estudiantes de la división de Conducción y a los Marines se les enseña habilidades de conducción a gran velocidad, colocación y desmantelamiento de bloqueos de carretera, conducción segura para limousines del servicio diplomático con VIPS… Uno de los pasatiempos favoritos del FLETC es colocar a un senador de visita en el asiento del pasajero, junto a un profesor de conducción, poner el automóvil a cien millas por hora y llevarlo a la "skid-pan", una sección de carretera llena de grasa donde las dos toneladas de acero de Detroit se agitan y giran como un disco de hockey.

 

Los coches nunca dicen adiós en el FLETC. Primero se usan una y otra vez en prácticas de investigación. Luego vienen 25.000 millas de entrenamiento a gran velocidad. De ahí los llevan a la "skid-pan", donde a veces dan vueltas de campana entre la grasa. Cuando ya están suficientemente sucios de grasa, rayados y abollados se los envía a la unidad de bloqueo de carreteras, donde son machacados sin piedad. Finalmente, se sacrifican todos a la Oficina de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego, donde los estudiantes aprenden todo lo relacionado con los coches bomba, al hacerlos estallar y convertirlos en chatarra humeante.

 

También hay un coche de tren en el espacio de FLETC, así como un bote grande y un avión sin motores. Todos ellos son espacios de entrenamiento para búsquedas y registros. El avión está detenido en un pedazo de terreno alquitranado y lleno de malas hierbas, junto a un extraño barracón conocido como el "recinto del ninja", donde especialistas del antiterrorismo practican el rescate de rehenes. Mientras examino este terrorífico dechado de guerra moderna de baja intensidad, los nervios me atacan al oír el repentino stacatto del disparo de armas automáticas, en algún lugar a mi derecha, en el bosque. "Nueve milímetros", afirma Fitzpatrick con calma.

 

Incluso el extraño “recinto ninja” empalidece al compararlo con el área surrealista conocida como "las casas-registro". Es una calle con casas de cemento a ambos lados y techos planos de piedra. Tiempo atrás fueron oficinas. Ahora es un espacio de entrenamiento. El primero a nuestra izquierda, según me cuenta Fitzpatrick, ha sido adaptado especialmente para prácticas de registro y decomiso de equipos en casos relacionados con ordenadores. Dentro está todo cableado para poner vídeo, de arriba abajo, con dieciocho cámaras dirigidas por control remoto montadas en paredes y esquinas. Cada movimiento del agente en entrenamiento es grabada en directo por los profesores, para poder realizar después un análisis de las grabaciones. Movimientos inútiles, dudas, posibles errores tácticos letales, todo se examina en detalle. Quizás el aspecto más sorprendente de todo ello es cómo ha quedado la puerta de entrada, arañada y abollada por todos lados, sobre todo en la parte de abajo, debido al impacto, día tras día, del zapato federal de cuero.

 

Abajo, al final de la línea de casas-registro algunas personas están realizando “prácticas” de asesinato. Conducimos de forma lenta, mientras algunos aspirantes a agente federal, muy jóvenes y visiblemente nerviosos, entrevistan a un tipo duro y calvo en la entrada de la casa-registro. Tratar con un caso de asesinato requiere mucha práctica: primero hay que aprender a controlar la repugnancia y el pánico instintivos. Después se ha de aprender a controlar las reacciones de una multitud de civiles nerviosos, algunos de los cuales pueden haber perdido a un ser amado, algunos de los cuales pueden ser asesinos, y muy posiblemente ambas cosas a la vez.

 

Un muñeco hace de cadáver. Los papeles del afligido, el morboso y el asesino los interpretan, por un sueldo, georgianos del lugar: camareras, músicos, cualquiera que necesite algo de dinero y pueda aprenderse un guión. Esta gente, algunos de los cuales son habituales del FLETC día tras día, seguramente tienen uno de los roles más extraños del mundo.

 

Digamos algo de la escena: gente "normal" en una situación extraña, pululando bajo un brillante amanecer georgiano, fingiendo de forma poco convincente que algo horrible ha ocurrido, mientras un muñeco yace en el interior de la casa sobre falsas manchas de sangre… Mientras, tras esta extraña mascarada, como en un conjunto de muñecas rusas, hay agoreras y futuras realidades de muerte real, violencia real, asesinos reales de gente real, que estos jóvenes agentes realmente investigarán, durante muchas veces en sus carreras, una y otra vez. ¿Serán estos crímenes anticipados sentidos de la misma forma, no tan "reales" como estos actores aficionados intentan crearlos, pero sí tan reales, y tan paralizantemente irreales, como ver gente falsa alrededor de un patio falso? Algo de esta escena me desquicia. Me parece como salido de una pesadilla, algo “kafkiano”. La verdad es que no sé como tomármelo. La cabeza me da vueltas; no sé si reír, llorar o temblar.

 

Cuando la visita termina, Carlton Fitzpatrick y yo hablamos de ordenadores. Por primera vez el ciberespacio parece un sitio confortable. De repente me parece muy real, un lugar en el que sé de qué hablo, un lugar al que estoy acostumbrado. Es real. "Real". Sea lo que sea.

 

Carlton Fitzpatrick es la única persona que he conocido en círculos ciberespaciales que está contenta con su equipo actual. Tiene un ordenador con 5 Mb de RAM y 112 Mb de disco duro. Uno de 660 Mb está en camino. Tiene un Compaq 386 de sobremesa y un Zenith 386 portátil con 120 Mb. Más allá, en el pasillo, hay un NEC Multi-Sync 2A con un CD-ROM y un módem a 9.600 baudios con cuatro líneas “com”. Hay un ordenador para prácticas, otro con 10 Mb para el centro, un laboratorio lleno de clónicos de PC para estudiantes y una media docena de Macs, más o menos. También hay un Data General MV 2500 con 8 Mb de memoria RAM y 370 Mb de disco duro.

 

Fitzpatrick quiere poner en marcha uno con UNIX con el Data General, una vez haya acabado de hacer el chequeo-beta del software que ha escrito él mismo. Tendrá correo electrónico, una gran cantidad de ficheros de todo tipo sobre delitos informáticos y respetará las especificaciones de seguridad informática del "libro naranja" del Departamento de Defensa. Cree que será la BBS más grande del gobierno federal.

 

¿Y estará también Phrack ahí dentro? Le pregunto irónicamente.

 

Y tanto, me dice. Phrack, TAP, Computer Underground Digest, todo eso. Con los disclaimers apropiados, claro está.

 

Le pregunto si planea ser él mismo el administrador del sistema. Tener en funcionamiento un sistema así consume mucho tiempo, y Fitzpatrick da clases en diversos cursos durante dos o tres horas cada día.

 

No, me dice seriamente. FLETC ha de obtener instructores que valgan el dinero que se les paga. Cree que podrá conseguir un voluntario local para hacerlo, un estudiante de instituto.

 

Dice algo más, algo de un programa de relaciones con la escuela de policía de Eagle Scout, pero mi mente se ha desbocado de incredulidad.

 

"¿Va a poner a un adolescente encargado de una BBS de seguridad federal?" Me quedo sin habla. No se me ha escapado que el Instituto de Fraude Financiero del FLETC es el objetivo definitivo de un “basureo” de hackers, hay muchas cosas aquí, cosas que serían utilísimas para el submundo digital. Imaginé los hackers que conozco, desmayándose de avaricia por el conocimiento prohibido, por la mera posibilidad de entrar en los ordenadores super-ultra-top-secret que se usan para entrenar al Servicio Secreto acerca de delitos informáticos.

 

"Uhm… Carlton", balbuceé, "Estoy seguro de que es un buen chaval y todo eso, pero eso es una terrible tentación para poner ante alguien que, ya sabes, le gustan los ordenadores y acaba de empezar…"

 

"Sí," me dice, "eso ya se me había ocurrido". Por primera vez empecé a sospechar que me estaba tomando el pelo.

 

Parece estar de lo más orgulloso cuando me muestra un proyecto en marcha llamado JICC (Consejo de Control de Inteligencia Unida). Se basa en los servicios ofrecidos por EPIC (el Centro de Inteligencia de El Paso, no confundir con la organización de ciberderechos del mismo nombre) que proporciona datos e inteligencia a la DEA (Administración para los Delitos con Estupefacientes), el Servicio de Aduanas, la Guardia Costera y la policía estatal de los tres estados con frontera en el sur. Algunos ficheros de EPIC pueden ahora consultarse por las policías antiestupefacientes de Centroamérica y el Caribe, que también se pasan información entre ellos. Usando un programa de telecomunicaciones llamado "sombrero blanco", escrito por dos hermanos, llamados López, de la República Dominicana, la policía puede conectarse en red mediante un simple PC. Carlton Fitzpatrick está dando una clase acerca del Tercer Mundo a los agentes antidroga, y está muy orgulloso de sus progresos. Quizás pronto las sofisticadas redes de camuflaje del cártel de Medellín tendrán un equivalente en una sofisticada red de ordenadores de los enemigos declarados del cártel de Medellín. Serán capaces de seguirle la pista a saltos, al contrabando, a los “señores” internacionales de la droga que ahora saltan las fronteras con gran facilidad, derrotando a la policía gracias a un uso inteligente de las fragmentadas jurisdicciones nacionales. La JICC y EPIC han de permanecer fuera del alcance de este libro. Me parecen cuestiones muy amplias, llenas de complicaciones que no puedo juzgar. Sé, sin embargo, que la red internacional de ordenadores de la policía, cruzando las fronteras nacionales, es algo que Fitzpatrick considera muy importante, el heraldo de un futuro deseable. También sé que las redes, por su propia naturaleza, ignoran las fronteras físicas. También sé que allí donde hay comunicaciones hay una comunidad, y que, cuando esas comunidades se hacen autoconscientes, luchan para preservarse a sí mismas y expandir su influencia. No hago juicios acerca de si ello es bueno o es malo. Se trata solamente del ciberespacio, de la forma en que de verdad son las cosas.

 

Le pregunté a Carlton Fitzparick que consejo le daría a alguien de veintiún años que quisiera destacar en el mundo de la policía electrónica.

 

Me dijo que la primera regla es no asustarse de los ordenadores. No has de ser un "pillado" de los ordenadores, pero tampoco te has de excitar porque una máquina tenga buen aspecto. Las ventajas que los ordenadores dan a los criminales listos están a la par con las que dan a los policías listos. Los policías del futuro tendrán que imponer la ley "con sus cabezas, no con sus pistolas". Hoy puedes solucionar casos sin dejar tu oficina. En el futuro, los policías que se resistan a la revolución de los ordenadores no irán más allá de patrullar a pie.

 

Le pregunté a Carlton Fitzpatrick si tenía algún mensaje sencillo para el público, una cosa única que a él le gustara que el público estadounidense supiera acerca de su trabajo.

 

Lo pensó durante un rato. "Sí," dijo finalmente. "Dime las reglas, y yo enseñaré esas reglas" Me miró a los ojos. "Lo hago lo mejor que puedo”.

 

 

 

 

 

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